El domingo 29 de enero, en la sección Enfoques del diario La Nación (p.1-3), se publicó una larga e interesante entrevista de Ricardo Cárpena al Dr. Vicente Massot.
Siempre es bueno entrar en contacto con el pensamiento de Massot, sea por la caballerosidad de su estilo como por la solvencia de sus estudios. Pero si lo transcripto en la mencionada entrevista –tanto por las preguntas y comentarios del periodista como, principalmente, por las respuestas del entrevistado- fuera fidedigno, hay una serie de juicios que se han vertido sobre la revista Cabildo que necesitan justicieras aclaraciones.
1º) Durante los años ’70 y hasta hoy, Cabildo no predicó ni practicó jamás la agresividad “en términos de la reivindicación de determinados tipos de violencia tan acusadas como las de la izquierda revolucionaria”. Esta simetría que se establece diciendo que “todos reivindicábamos la violencia” es, por lo menos, errónea y confusa. A quienes aún hoy formamos parte de Cabildo no se nos ha pasado por la cabeza buscar algún refugio indulgente en esta presunta homologación de violencias.
Cabildo predicaba la guerra justa contra el terrorismo marxista, precisamente en franca oposición a la estrategia criminal de la violencia ejecutada cruelmente por “la izquierda revolucionaria”. Las cosas se especifican por su fin. El nuestro era el reclamo de los argentinos cabales, para que las Fuerzas Armadas de la Nación libraran limpia y frontalmente la necesaria Guerra Contrarrevolucionaria. El fin de “la izquierda revolucionaria” era el opuesto, en consonancia con los planes del Comunismo Internacional a los cuales aquellas bandas partisanas respondían. Hablar de una genérica "violencia" que habría sido reivindicada por todos, comporta una ligera simplificación.
Precisamente porque es cierto que “la idea es que había una guerra”, no resultan analogables los que anhelábamos en ella el triunfo de la causa de Dios y de la Patria, con los que respondían a los planes de tres Estados Terroristas: el cubano, el soviético y el chino.Proponer una suerte de exculpación sobre la totalidad del espectro ideológico porque “todos reivindicábamos la violencia”, supone una grave indistinción filosófica, política y filológica de aquel invocado término. Bien ha dicho De Maistre que la Contrarrevolución no es una Revolución de signo contrario, sino lo contrario de una Revolución.
2º) No es cierto que “todas las revistas políticas de la época, como Cabildo, El Descamisado, El Caudillo, Militancia, tenían un común denominador: nadie creía en la democracia”.
Cabildo, ciertamente –de la mano segura de los clásicos y de los pensadores tradicionalistas más preclaros de todos los tiempos- sigue repudiando esta forma corrupta de gobierno. Pero el resto de las publicaciones mencionadas no sólo creían en la democracia,insertos como estaban en las aguas purulentas y ambiguas del peronismo, sino que la necesitaban, la sostenían y la usaban para la posesión y el usufructo del poder. De Marx y de Engels es la frase: “el primer paso de la Revolución Obrera es la conquista de la Democracia”. De Lenín aquella otra, según la cual, “la República Democrática es el acceso más próximo a la Dictadura del Proletariado”.Y hasta Rosa Luxemburgo se permitió decir que la Dictadura del Proletariado "consiste en el sistema de aplicación de la democracia, no en su abolición”. La intangibilidad de la democracia- teórica y práctica- no estuvo nunca en discusión desde las páginas populistas de las mencionadas publicaciones. Sólo Cabildo se manifestó políticamente incorrecto en tema tan crucial.Y en esto, como en el conjunto de nuestra doctrina, nos place seguir siendo consecuentes.
3º) Es verdad que Cabildo “no era pluralista”, ni se expedía a favor de “la tolerancia”, o que no estaba “en las filas de los moderados”. Lo primero porque de la Filosofía Perenne aprendimos la primacía de la unidad de la Verdad por sobre la adición disgregante de las opiniones múltiples. Lo segundo, porque bien dijo un ingenioso francés que, para practicar la tolerancia, hay “casas”, y no son precisamente las que queremos frecuentar. Lo tercero, porque creemos con Gómez Dávila que para moderado está el demonio, siempre pronto a respetar todas las creencias.
Pero nuestra posición no admite ser definida como de “ultraderecha” o “de contenido antisemita”. Ni mucho menos que este último juicio se sostenga en el hecho que, desde nuestras páginas, se “alertaba sobre la conspiración judía mundial o la complicidad del judaísmo con el comunismo”. Son ya muchos y prestigiosos los autores judíos –dentro y fuera del país- que han probado la veracidad de este complot, así como la explícita y alegre connivencia del judaísmo y el comunismo. Esto último, además, se ha presentado en decenas de tratadistas hebreos como un honor antes que como una mácula. Tendrá, pues, que buscarse otro argumento para sostener tan trillada inculpación. Para hallar las causas de nuestra confrontación con el judaísmo –quienes realmente quieran conocerlas- tendrán que remontarse a la teología católica, no a la panfletería antisemita, fabricada muchas veces por los mismos israelitas.
Cabildo es expresión del Nacionalismo Católico, tan reacio a dejarse rotular con las categorías del pensamiento único dominante, como impugnador de las hemiplejias rotativas con las que el sistema se autoconserva. Ni ultraderechas ni ficciones lingüísticas similares definen nuestro ideario. La vaina enmohecida de la guerra semántica hace largo rato que no nos corre.
4º) Es una lástima –y lo decimos sin sombra de sarcasmo alguno- que el Dr. Massot haya llegado a la conclusión de que “las lecturas militantes no servían para nada y había que meterse con Aristóteles, Hobbes, Marx. Al estudiar esos temas me di cuenta de las barbaridades que reivindicábamos. Lo que hacíamos era militar, no pensar”.
Se comprende que el término militancia se encuentre hoy entre los más pasibles del desprecio, por el manoseo indecoroso que han hecho de él los esbirros del kirchnerismo. Pero al margen de que abusus non tollit usum, la verdad es que para estudiar a los autores que menciona, el Dr. Massot no necesitaba apartarse de nuestras lecturas militantes. Hasta para adentrarse críticamente en su "personaje preferido de la historia, el príncipe de Bismarck", tenía a uno de nuestros grandes maestros, Don Rubén Calderón Bouchet, quien sobre el alemán escribió en el nº 3 de Restauración, la continuadora provisoria de Cabildo,cuando ésta fue cerrada por López Rega.
Una sencilla repasada a los antiguos ejemplares de Cabildo –y esto para acotar la referencia- le permitirá advertir a cualquiera que la formación que pregonábamos en nuestros lectores, amigos y camaradas, incluía forzosamente el conocimiento y el análisis minucioso de aquellos autores mencionados por Massot. Va de suyo que cada quien consagraba al estudio lo que sus dones, talentos o posibilidades le permitían. Pero contraponer dialécticamente la militancia al pensamiento, es un cargo que no puede aplicársele al Nacionalismo Católico sin cometer una penosa injusticia. Pensadores de fuste –y consagrados a todas las áreas del pensamiento, desde la teología y la metafísica hasta las letras y las artes, pasando por la historia y las ciencias- fueron a la par esforzados militantes nacionalistas. Algunos de ellos, como Genta y Sacheri, pagaron el alto costo de su sangre derramada por esta doble y honrosa condición de pensadores militantes.
Por último, la revista Cabildo, no apareció en 1972, sino el 17 de mayo de 1973. El Dr. Vicente Massot no “tenía entonces 18 años” sino 21. Sus datos curriculares asentados en su prolífica obra, datan su nacimiento en 1952.
Se me crea o no, lamento con un dolor lacerante y creciente, haber tenido que rectificarlo. Porque los recuerdos de su juventud lúcida y combativa, de su prosa acerada y vehemente, de su fe en la Tradición de la Iglesia y en los grandes arquetipos del Nacionalismo Universal, seguirán siendo para mí y para quienes otrora fuimos sus camaradas, un testimonio vivo que hasta los mismos e irreconciliables cambios de rumbo se niegan a borrar.
ANTONIO CAPONNETTO
Director de "CABILDO"
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