IRLANDA
ENTREVISTA AL LÍDER DE SINN FÉIN
Por responsabilidad, Adams no puede contar gran parte de las cosas que conoce sobre el proceso político vasco. Por su conocimiento e interés sobre los conflictos irlandés y vasco, el lector de GARA puede entender qué elementos de la realidad irlandesa pueden trasladarse, con todas las cautelas, al caso vasco. Ese es el enfoque de esta entrevista.
Iñaki SOTO I
Gerry Adams (Belfast, 1948) nos recibe en el hall de un hotel de Dún Dealgan (Dundalk), en el Condado de Louth, territorio lindante con los condados del norte y del que Adams es ahora representante en el Parlamento de Dublín, el Dáil. Nos conduce hasta una sala en la que ha estado reunido durante todo el día con miembros de la dirección del Sinn Féin. La sala está repleta de sillas y tazas de café y de té vacías. El cansancio no le resta ni cordialidad en el trato ni serenidad al hablar sobre política.
Recientemente Adams ha cambiado su asiento en Westminster, un Parlamento al que no asistía, por su escaño en el Dáil, donde participa muy activamente. Algo que, en parte, puede simbolizar algunos de los cambios que han ocurrido en Irlanda en la última década.
¿En qué punto está la unificación de Irlanda?
El proceso para reunir de nuevo el país tiene dos caminos paralelos. Uno es el establecido por el Acuerdo de Viernes Santo, que estipula que el Gobierno británico está obligado a legislar para la unidad de Irlanda si una mayoría de sus ciudadanos lo apoya. En la medida en que hemos reforzado nuestra capacidad, hemos reforzado al partido, ahora estamos tratando de atraer particularmente a los unionistas, a todo el mundo pero particularmente a ellos, intentando persuadirlos de que una Irlanda unida es el mejor futuro que pueden tener en términos de sus derechos, para ellos mismos. Es un proceso, un «work in progress» (un trabajo en progreso). Por ejemplo, la semana que viene, en el aniversario del Bloody Sunday, tenemos una conferencia al respecto en Derry. Hace poco hicimos un ejercicio parecido en Newry, al que acudieron representantes unionistas. Estuvieron en el tablado y expusieron su posición sobre los temas más sensibles para ellos.
Al mismo tiempo, en estos momentos económicamente tan oscuros, cualquiera que fuera el beneficio económico de la partición -y ciertamente en su momento ese «beneficio» existió, porque la partición británica se quedó con la parte más desarrollada industrialmente, las fábricas, la industria naval... todo eso estaba en el noreste del país- todo eso ha desaparecido. La partición no tiene ya un propósito económico. Cada día que pasa, de manera exponencial, la partición se quiebra. Se están llevando a cabo iniciativas interfronterizas sobre servicios sanitarios, agricultura, creación de empleo, infraestructuras... Para una familia que vive en el sur el colegio más cercano puede estar en el norte y si estás enfermo y vives en el norte el hospital más cercano puede estar en el sur. A todos esos niveles, en las cuestiones esenciales para las personas, para su bienestar, se están llevando a cabo muchas iniciativas.
A cierto nivel, existe un panorama general, el referido a los unionistas, al Gobierno británico y al Gobierno irlandés, al propio Sinn Féin... Ese es uno de los niveles. Luego está un nivel popular, en el que la gente está tomando una perspectiva más pragmática, práctica...
Entonces, ¿considera que en este terreno están mejor que hace diez años?
Absolutamente. Hay una imagen muy simple, y es la que tiene en consideración los últimos cuarenta años, los comienzos de la lucha por los derechos civiles, cuando la gente estaba en una posición cuasiservil y tenía negados todos sus derechos. Incluso hace treinta años, en los tiempos de las huelgas de hambre, cuando Margaret Thatcher decía que el norte de Irlanda era «tan británico como Finchley» [distrito de Londrés por el que ella fue elegida]. Ahora tienes un Gobierno británico dispuesto a irse, tan pronto como la gente decida que es hora de que se vayan; tenemos el acuerdo para todo Irlanda, que conlleva una infraestructura a través de la isla, totalmente interconectada; y lo más importante, la gente ha comenzado a preguntarse a sí misma qué significa ser irlandés. Por supuesto, el conflicto dañó a mucha gente, gente que murió o fue herida, también personas que no estaban implicadas en el propio conflicto. Por lo tanto hace falta un proceso de reconciliación, de conocerse los unos a los otros, de hacer amigos. Todavía queda mucho por hacer, pero eso está en marcha ahora.
¿Se puede decir que la crisis puede «beneficiar» el proyecto de una Irlanda unida?
La crisis tiene un coste demasiado grande, particularmente en partes de la isla como esta. Asimismo, en muchos sentidos en el norte no tuvimos un Tigre Celta, en tanto en cuanto no hubo un gran crecimiento de los ingresos o de las oportunidades de la gente. El Tigre Celta no visitó muchos barrios y comunidades que han permanecido al borde de la pobreza. Fue un periodo en el que solo unos pocos vivieron en la abundancia, con una riqueza enorme acumulada precisamente por quienes causaron la crisis. Pero ahora tenemos medio millón de personas desempleadas y todas las semanas entre quinientos y ochocientos jóvenes abandonan Irlanda. Estas pasadas navidades hemos podido ver en televisión como multitud de ellos regresaban de Australia, EEUU, Gran Bretaña... para pasar las navidades. Posteriormente hemos visto a sus familias despedirlos emotivamente. Del mismo modo, los pequeños agricultores, las mujeres, especialmente las mujeres, las que tienen hijos, los propios niños, la gente mayor... todos ellos están sufriendo una situación salvaje provocada por un Gobierno que ahora mismo está haciendo recortes de 3.800 millones de euros y a su vez reenvolsando dinero a bancos criminales. Esto no tiene ningún sentido, esto es el capitalismo en crisis, pero los peces gordos están sobreviviendo, mientras la gente común está sufriendo.
¿Está la unificación ya en la agenda del resto de partidos y agentes irlandeses?
Quizá no de una manera activa, pero es muy educativo ver que todos los partidos en Dublín entienden la unificación como un punto clave de sus políticas. Claro que en esos partidos hay gente que genuinamente desea la unidad de Irlanda. Pero sobre todo refleja la conciencia de que es un asunto popular, que afecta a la gente en su vida diaria, y la gente es muy consciente de ello. Por ejemplo, un argumento que ha tenido muy buena acogida expone que, en un momento como este, la duplicidad de gastos que provoca la frontera debe pararse. En definitiva, estamos bastante satisfechos de que una vasta mayoría a lo largo de la isla quiera ver una interpretación que concrete la unificación de Irlanda.
Reconocemos dos grupos, los unionistas por un lado y el establishment de Dublín por el otro, que están en contra. El establishment de Dublín quiere el statu quo. Llevan casi un siglo defendiéndolo, no quieren ver la clase de república que surgiría de una Irlanda unida. La república que tenemos aquí no es la clase de república con los valores que defendía la Declaración de 1916. El pueblo no es soberano. Los valores centrales de esa república, el acceso a la educación, trabajos decentes, viviendas decentes, el acceso a la sanidad... todo eso falta. Necesitamos una república real. En realidad los unionistas tienen una justificación más clara para su postura, en el sentido de que se encontraron en el lado «equivocado» de la historia, pero en el caso de los conservadores es puro egoísmo que solo pretende salvaguardar sus privilegios de élite.
¿Existen contradicciones entre la labor de gobierno en el norte y de oposición en el sur?
En absoluto. Hay una obligación por nuestra parte de ser consistentes. Obviamente, lo que intentamos hacer en la oposición y en el Gobierno es coherente. Nuestro objetivo es estar en el Gobierno en ambas instituciones. Nuestro objetivo es tener un Gobierno que sea responsable y elegido para representar a la gente de toda irlanda.
Es bastante irónico que en este momento nuestros representantes en el Ejecutivo del norte, con Martin McGuinness a la cabeza y con el apoyo de Peter Robinson, estén intentando traer poder fiscal desde Londres a Irlanda, mientras al mismo tiempo, en Dublín, ese poder se está perdiendo en favor de la UE o del FMI. Por lo tanto no existe contradicción alguna entre nuestras políticas. Donde están esas contradicciones es en lo que están haciendo los conservadores y la clase dirigente de este país.
Retornando al proceso, usted ha afirmado que «la guerra ha terminado», pero ¿el conflicto se ha transformado definitivamente? ¿qué queda por hacer?
La cuestión de las víctimas es algo que debe ser resuelto, incluidas las víctimas del IRA, gente que ha perdido a sus familiares, que ha sido herida... No ha habido un proceso al respecto y el Sinn Féin está a favor de un proceso independiente para este asunto. En el lado de los activistas republicanos existen temas a resolver, como la situación de los refugiados [hay unas decenas de activistas que no pueden pisar «suelo británico»], la de los presos que permanecen libres bajo permiso, todavía no existe un Acta del idioma irlandés en el norte... Sí, hay cuestiones abiertas. Es por eso que el término «proceso» es muy apropiado para un proceso de paz. El acuerdo se logra, en este caso el de Viernes Santo, pero durante años seguimos negociando la implementación, incluso algunos de los componentes centrales del Acuerdo se siguen tratando en posteriores negociaciones y conversaciones. La cuestión de la Policía, por ejemplo, solo se resolvió en términos de principios muy amplios, hace tres años. Ahí llegas once años después del acuerdo básico. Un proceso es como la democracia misma, como la sociedad, como la comunidad, es un «work in progress». No vas a llegar a ningún punto en el que digas «ya está», siempre va a haber algo que hacer.
¿Entonces está de acuerdo en que fue más fácil hacer el acuerdo que implementarlo?
El senador Mitchell así se lo expresó a Martin McGuinness entonces. Le dijo «esto es fácil, pero lo difícil es implementarlo». Supongo que hasta cierto punto el Sinn Féin y sus líderes entendieron la necesidad de ver la negociación como si significase «lucha», no como una etapa que se termina y todo el mundo se va a casa. Necesitas seguir comprometido, se trata de nuestro futuro, y debe ser el mejor, el protocolo de derechos humanos de mayor calidad. Por supuesto hay resistencias, particularmente por parte de los gobiernos. El Gobierno británico entiende que con el tipo de Irlanda que puede surgir aquí de lo que se está hablando es de una ruptura del Reino Unido. Son grandes cuestiones. Y lo mismo piensan los unionistas en Euskal Herria y en España. Son grandes cuestiones a nivel humano, de personas que requieren ser respetadas por el Estado, siendo sus derechos reconocidos, defendidos y promovidos activamente por el Estado
Entrando a la cuestión vasca, ¿Pensaba que tras la Declaración de Aiete, en la que usted participó, la respuesta de ETA iba a ser tan rápida y clara?
Se había hecho mucho trabajo durante largo tiempo por parte de la gente involucrada. Creo que se había creado una oportunidad realmente definitiva. Había un gran trabajo, la acumulación de muchos esfuerzos por parte de todos los implicados. Pienso que hay que elogiarlo y quiero agradecerlo. Pienso que el Gobierno español y los responsables en el País Vasco responderán positivamente. Ahora hay una situación de lapsus total de todo tipo de acciones armadas por parte de ETA y esa era la clave durante un tiempo considerable. Su compromiso con las vías pacíficas y democráticas es muy, muy claro. Es una responsabilidad enorme la que tiene el Gobierno. No soy quién para dar lecciones a nadie. Nadie de fuera de Irlanda puede hacer la paz en Irlanda, nadie de fuera de Euskal Herria o el Estado español puede llevar la paz allí. Pero no hay ninguna razón por la que no se puede dialogar y ese diálogo puede resolver todo problema que se presente.
¿Pueden los denominados securócratas parar este proceso?
En la medida en que haya un deseo por parte de la gente que vive ahí de construir un proceso, y tengo la convicción de que ese deseo existe, un proceso plenamente pacífico que busque la independencia y la justicia para la gente de Euskal Herria, eso no se puede parar. Se puede retrasar, se puede resistir, pero no se puede parar. Si la gente y el liderazgo tienen esa voluntad... Y cuando hablo de liderazgo me refiero a la base, a los ciudadanos. Si tienen el deseo, la determinación, la voluntad, la paciencia y la estrategia... La estrategia es crucial para poder frenar a aquellos que quieren bloquear el proceso, quienes busquen resistir demandas legítimas. Por ejemplo, los ciudadanos deben tener el derecho a votar al partido político que deseen. Los prisioneros deben ser tratados decentemente y aquellos que han jugado un papel central en abrir esta oportunidad deben ser liberados. Hay que generar confianza por todas las partes. Hay que reconocer los derechos de los familiares de presos, que hasta que sean liberados deben estar en condiciones dignas, y aquellos no pueden tener que dar la vuelta al mundo para verlos... Todas esas cosas que la gente ve como normas democráticas básicas son parte de lo que tiene que ser la base de esa estrategia.
¿Cree que la comunidad internacional realmente se implicará si los estados no dan pasos?
Euskal Herria está en el corazón de Europa y era el conflicto más largo y duradero. Ahora hay una oportunidad real para solucionarlo. Creo que la presencia de personalidades de talla internacional en la Declaración de Donostia muestra que reconocen que hay una necesidad por parte de la comunidad internacional de jugar un papel, y en particular para la Unión Europea, alentando y alimentando este proceso. Y en concreto nosotros, en todas las formas en la que podamos -en ese sentido le hemos planteado esto mismo en repetidas ocasiones a nuestro Taoiseach [primer ministro irlandés]- haremos todo lo que podamos para ayudar.
«Soy un aspirante a revolucionario»
Los denominados «disidentes republicanos», ¿tienen alguna razón para mantener su postura? ¿Cuál es su posición al respecto?
Antes de nada, no existe un propósito estratégico que sea racional o lógico, tampoco una ventaja táctica para los objetivos de la república irlandesa, que pueda avanzar en este momento por medio de esas acciones. Ese tiempo ha pasado, ya ha sido, ha finalizado. Dejando de lado la obscenidad de la participación de las autoridades británicas en cuestiones irlandesas, racionalmente cualquiera que defienda o haya llevado a cabo acciones armadas busca defenderse a sí mismo, o a su familia o su comunidad; o si no, pretende avanzar en sus objetivos. Si miramos a cualquiera de esos dos criterios no hay base para esas acciones. Y si vamos más allá, no tiene apoyo popular. Por supuesto, es un grupo pequeño de gente que puede llevar acciones individuales mientras quieran hacerlo. Pero en términos de ser un movimiento o lucha creíble, no tiene un papel que jugar. Incluso no me gusta usar el término «disidente». La discrepancia es una gran cosa. Nosotros en el Sinn Féin activamente animamos a la gente a discrepar, eso implica discutir, avanzar?
Unos lo descalifican acusándole de haber sido «jefe del IRA» y otros creen que merecía el Nobel de la Paz. ¿Se considera un pacifista o un revolucionario?
Soy un aspirante a revolucionario? Soy un activista que hace todo lo que puede. Todos los de mi generación, quienes hemos sobrevivido al conflicto, somos realmente afortunados por poder construir la paz. Pienso lo mismo sobre los vascos que ahora tienen esa oportunidad. Una vez que queda claro para todos que no hay otra alternativa que seguir hacia adelante, eso puede resultar muy liberador. A partir de ahí se puede ver una sociedad mejor desarrollarse. Pienso que soy muy afortunado por haber podido jugar un papel en todo ello, por muy pequeño que sea, ayudando a traer la paz.
ENTREVISTA AL LÍDER DE SINN FÉIN
Por responsabilidad, Adams no puede contar gran parte de las cosas que conoce sobre el proceso político vasco. Por su conocimiento e interés sobre los conflictos irlandés y vasco, el lector de GARA puede entender qué elementos de la realidad irlandesa pueden trasladarse, con todas las cautelas, al caso vasco. Ese es el enfoque de esta entrevista.
Iñaki SOTO I
Gerry Adams (Belfast, 1948) nos recibe en el hall de un hotel de Dún Dealgan (Dundalk), en el Condado de Louth, territorio lindante con los condados del norte y del que Adams es ahora representante en el Parlamento de Dublín, el Dáil. Nos conduce hasta una sala en la que ha estado reunido durante todo el día con miembros de la dirección del Sinn Féin. La sala está repleta de sillas y tazas de café y de té vacías. El cansancio no le resta ni cordialidad en el trato ni serenidad al hablar sobre política.
Recientemente Adams ha cambiado su asiento en Westminster, un Parlamento al que no asistía, por su escaño en el Dáil, donde participa muy activamente. Algo que, en parte, puede simbolizar algunos de los cambios que han ocurrido en Irlanda en la última década.
¿En qué punto está la unificación de Irlanda?
El proceso para reunir de nuevo el país tiene dos caminos paralelos. Uno es el establecido por el Acuerdo de Viernes Santo, que estipula que el Gobierno británico está obligado a legislar para la unidad de Irlanda si una mayoría de sus ciudadanos lo apoya. En la medida en que hemos reforzado nuestra capacidad, hemos reforzado al partido, ahora estamos tratando de atraer particularmente a los unionistas, a todo el mundo pero particularmente a ellos, intentando persuadirlos de que una Irlanda unida es el mejor futuro que pueden tener en términos de sus derechos, para ellos mismos. Es un proceso, un «work in progress» (un trabajo en progreso). Por ejemplo, la semana que viene, en el aniversario del Bloody Sunday, tenemos una conferencia al respecto en Derry. Hace poco hicimos un ejercicio parecido en Newry, al que acudieron representantes unionistas. Estuvieron en el tablado y expusieron su posición sobre los temas más sensibles para ellos.
Al mismo tiempo, en estos momentos económicamente tan oscuros, cualquiera que fuera el beneficio económico de la partición -y ciertamente en su momento ese «beneficio» existió, porque la partición británica se quedó con la parte más desarrollada industrialmente, las fábricas, la industria naval... todo eso estaba en el noreste del país- todo eso ha desaparecido. La partición no tiene ya un propósito económico. Cada día que pasa, de manera exponencial, la partición se quiebra. Se están llevando a cabo iniciativas interfronterizas sobre servicios sanitarios, agricultura, creación de empleo, infraestructuras... Para una familia que vive en el sur el colegio más cercano puede estar en el norte y si estás enfermo y vives en el norte el hospital más cercano puede estar en el sur. A todos esos niveles, en las cuestiones esenciales para las personas, para su bienestar, se están llevando a cabo muchas iniciativas.
A cierto nivel, existe un panorama general, el referido a los unionistas, al Gobierno británico y al Gobierno irlandés, al propio Sinn Féin... Ese es uno de los niveles. Luego está un nivel popular, en el que la gente está tomando una perspectiva más pragmática, práctica...
Entonces, ¿considera que en este terreno están mejor que hace diez años?
Absolutamente. Hay una imagen muy simple, y es la que tiene en consideración los últimos cuarenta años, los comienzos de la lucha por los derechos civiles, cuando la gente estaba en una posición cuasiservil y tenía negados todos sus derechos. Incluso hace treinta años, en los tiempos de las huelgas de hambre, cuando Margaret Thatcher decía que el norte de Irlanda era «tan británico como Finchley» [distrito de Londrés por el que ella fue elegida]. Ahora tienes un Gobierno británico dispuesto a irse, tan pronto como la gente decida que es hora de que se vayan; tenemos el acuerdo para todo Irlanda, que conlleva una infraestructura a través de la isla, totalmente interconectada; y lo más importante, la gente ha comenzado a preguntarse a sí misma qué significa ser irlandés. Por supuesto, el conflicto dañó a mucha gente, gente que murió o fue herida, también personas que no estaban implicadas en el propio conflicto. Por lo tanto hace falta un proceso de reconciliación, de conocerse los unos a los otros, de hacer amigos. Todavía queda mucho por hacer, pero eso está en marcha ahora.
¿Se puede decir que la crisis puede «beneficiar» el proyecto de una Irlanda unida?
La crisis tiene un coste demasiado grande, particularmente en partes de la isla como esta. Asimismo, en muchos sentidos en el norte no tuvimos un Tigre Celta, en tanto en cuanto no hubo un gran crecimiento de los ingresos o de las oportunidades de la gente. El Tigre Celta no visitó muchos barrios y comunidades que han permanecido al borde de la pobreza. Fue un periodo en el que solo unos pocos vivieron en la abundancia, con una riqueza enorme acumulada precisamente por quienes causaron la crisis. Pero ahora tenemos medio millón de personas desempleadas y todas las semanas entre quinientos y ochocientos jóvenes abandonan Irlanda. Estas pasadas navidades hemos podido ver en televisión como multitud de ellos regresaban de Australia, EEUU, Gran Bretaña... para pasar las navidades. Posteriormente hemos visto a sus familias despedirlos emotivamente. Del mismo modo, los pequeños agricultores, las mujeres, especialmente las mujeres, las que tienen hijos, los propios niños, la gente mayor... todos ellos están sufriendo una situación salvaje provocada por un Gobierno que ahora mismo está haciendo recortes de 3.800 millones de euros y a su vez reenvolsando dinero a bancos criminales. Esto no tiene ningún sentido, esto es el capitalismo en crisis, pero los peces gordos están sobreviviendo, mientras la gente común está sufriendo.
¿Está la unificación ya en la agenda del resto de partidos y agentes irlandeses?
Quizá no de una manera activa, pero es muy educativo ver que todos los partidos en Dublín entienden la unificación como un punto clave de sus políticas. Claro que en esos partidos hay gente que genuinamente desea la unidad de Irlanda. Pero sobre todo refleja la conciencia de que es un asunto popular, que afecta a la gente en su vida diaria, y la gente es muy consciente de ello. Por ejemplo, un argumento que ha tenido muy buena acogida expone que, en un momento como este, la duplicidad de gastos que provoca la frontera debe pararse. En definitiva, estamos bastante satisfechos de que una vasta mayoría a lo largo de la isla quiera ver una interpretación que concrete la unificación de Irlanda.
Reconocemos dos grupos, los unionistas por un lado y el establishment de Dublín por el otro, que están en contra. El establishment de Dublín quiere el statu quo. Llevan casi un siglo defendiéndolo, no quieren ver la clase de república que surgiría de una Irlanda unida. La república que tenemos aquí no es la clase de república con los valores que defendía la Declaración de 1916. El pueblo no es soberano. Los valores centrales de esa república, el acceso a la educación, trabajos decentes, viviendas decentes, el acceso a la sanidad... todo eso falta. Necesitamos una república real. En realidad los unionistas tienen una justificación más clara para su postura, en el sentido de que se encontraron en el lado «equivocado» de la historia, pero en el caso de los conservadores es puro egoísmo que solo pretende salvaguardar sus privilegios de élite.
¿Existen contradicciones entre la labor de gobierno en el norte y de oposición en el sur?
En absoluto. Hay una obligación por nuestra parte de ser consistentes. Obviamente, lo que intentamos hacer en la oposición y en el Gobierno es coherente. Nuestro objetivo es estar en el Gobierno en ambas instituciones. Nuestro objetivo es tener un Gobierno que sea responsable y elegido para representar a la gente de toda irlanda.
Es bastante irónico que en este momento nuestros representantes en el Ejecutivo del norte, con Martin McGuinness a la cabeza y con el apoyo de Peter Robinson, estén intentando traer poder fiscal desde Londres a Irlanda, mientras al mismo tiempo, en Dublín, ese poder se está perdiendo en favor de la UE o del FMI. Por lo tanto no existe contradicción alguna entre nuestras políticas. Donde están esas contradicciones es en lo que están haciendo los conservadores y la clase dirigente de este país.
Retornando al proceso, usted ha afirmado que «la guerra ha terminado», pero ¿el conflicto se ha transformado definitivamente? ¿qué queda por hacer?
La cuestión de las víctimas es algo que debe ser resuelto, incluidas las víctimas del IRA, gente que ha perdido a sus familiares, que ha sido herida... No ha habido un proceso al respecto y el Sinn Féin está a favor de un proceso independiente para este asunto. En el lado de los activistas republicanos existen temas a resolver, como la situación de los refugiados [hay unas decenas de activistas que no pueden pisar «suelo británico»], la de los presos que permanecen libres bajo permiso, todavía no existe un Acta del idioma irlandés en el norte... Sí, hay cuestiones abiertas. Es por eso que el término «proceso» es muy apropiado para un proceso de paz. El acuerdo se logra, en este caso el de Viernes Santo, pero durante años seguimos negociando la implementación, incluso algunos de los componentes centrales del Acuerdo se siguen tratando en posteriores negociaciones y conversaciones. La cuestión de la Policía, por ejemplo, solo se resolvió en términos de principios muy amplios, hace tres años. Ahí llegas once años después del acuerdo básico. Un proceso es como la democracia misma, como la sociedad, como la comunidad, es un «work in progress». No vas a llegar a ningún punto en el que digas «ya está», siempre va a haber algo que hacer.
¿Entonces está de acuerdo en que fue más fácil hacer el acuerdo que implementarlo?
El senador Mitchell así se lo expresó a Martin McGuinness entonces. Le dijo «esto es fácil, pero lo difícil es implementarlo». Supongo que hasta cierto punto el Sinn Féin y sus líderes entendieron la necesidad de ver la negociación como si significase «lucha», no como una etapa que se termina y todo el mundo se va a casa. Necesitas seguir comprometido, se trata de nuestro futuro, y debe ser el mejor, el protocolo de derechos humanos de mayor calidad. Por supuesto hay resistencias, particularmente por parte de los gobiernos. El Gobierno británico entiende que con el tipo de Irlanda que puede surgir aquí de lo que se está hablando es de una ruptura del Reino Unido. Son grandes cuestiones. Y lo mismo piensan los unionistas en Euskal Herria y en España. Son grandes cuestiones a nivel humano, de personas que requieren ser respetadas por el Estado, siendo sus derechos reconocidos, defendidos y promovidos activamente por el Estado
Entrando a la cuestión vasca, ¿Pensaba que tras la Declaración de Aiete, en la que usted participó, la respuesta de ETA iba a ser tan rápida y clara?
Se había hecho mucho trabajo durante largo tiempo por parte de la gente involucrada. Creo que se había creado una oportunidad realmente definitiva. Había un gran trabajo, la acumulación de muchos esfuerzos por parte de todos los implicados. Pienso que hay que elogiarlo y quiero agradecerlo. Pienso que el Gobierno español y los responsables en el País Vasco responderán positivamente. Ahora hay una situación de lapsus total de todo tipo de acciones armadas por parte de ETA y esa era la clave durante un tiempo considerable. Su compromiso con las vías pacíficas y democráticas es muy, muy claro. Es una responsabilidad enorme la que tiene el Gobierno. No soy quién para dar lecciones a nadie. Nadie de fuera de Irlanda puede hacer la paz en Irlanda, nadie de fuera de Euskal Herria o el Estado español puede llevar la paz allí. Pero no hay ninguna razón por la que no se puede dialogar y ese diálogo puede resolver todo problema que se presente.
¿Pueden los denominados securócratas parar este proceso?
En la medida en que haya un deseo por parte de la gente que vive ahí de construir un proceso, y tengo la convicción de que ese deseo existe, un proceso plenamente pacífico que busque la independencia y la justicia para la gente de Euskal Herria, eso no se puede parar. Se puede retrasar, se puede resistir, pero no se puede parar. Si la gente y el liderazgo tienen esa voluntad... Y cuando hablo de liderazgo me refiero a la base, a los ciudadanos. Si tienen el deseo, la determinación, la voluntad, la paciencia y la estrategia... La estrategia es crucial para poder frenar a aquellos que quieren bloquear el proceso, quienes busquen resistir demandas legítimas. Por ejemplo, los ciudadanos deben tener el derecho a votar al partido político que deseen. Los prisioneros deben ser tratados decentemente y aquellos que han jugado un papel central en abrir esta oportunidad deben ser liberados. Hay que generar confianza por todas las partes. Hay que reconocer los derechos de los familiares de presos, que hasta que sean liberados deben estar en condiciones dignas, y aquellos no pueden tener que dar la vuelta al mundo para verlos... Todas esas cosas que la gente ve como normas democráticas básicas son parte de lo que tiene que ser la base de esa estrategia.
¿Cree que la comunidad internacional realmente se implicará si los estados no dan pasos?
Euskal Herria está en el corazón de Europa y era el conflicto más largo y duradero. Ahora hay una oportunidad real para solucionarlo. Creo que la presencia de personalidades de talla internacional en la Declaración de Donostia muestra que reconocen que hay una necesidad por parte de la comunidad internacional de jugar un papel, y en particular para la Unión Europea, alentando y alimentando este proceso. Y en concreto nosotros, en todas las formas en la que podamos -en ese sentido le hemos planteado esto mismo en repetidas ocasiones a nuestro Taoiseach [primer ministro irlandés]- haremos todo lo que podamos para ayudar.
«Soy un aspirante a revolucionario»
Los denominados «disidentes republicanos», ¿tienen alguna razón para mantener su postura? ¿Cuál es su posición al respecto?
Antes de nada, no existe un propósito estratégico que sea racional o lógico, tampoco una ventaja táctica para los objetivos de la república irlandesa, que pueda avanzar en este momento por medio de esas acciones. Ese tiempo ha pasado, ya ha sido, ha finalizado. Dejando de lado la obscenidad de la participación de las autoridades británicas en cuestiones irlandesas, racionalmente cualquiera que defienda o haya llevado a cabo acciones armadas busca defenderse a sí mismo, o a su familia o su comunidad; o si no, pretende avanzar en sus objetivos. Si miramos a cualquiera de esos dos criterios no hay base para esas acciones. Y si vamos más allá, no tiene apoyo popular. Por supuesto, es un grupo pequeño de gente que puede llevar acciones individuales mientras quieran hacerlo. Pero en términos de ser un movimiento o lucha creíble, no tiene un papel que jugar. Incluso no me gusta usar el término «disidente». La discrepancia es una gran cosa. Nosotros en el Sinn Féin activamente animamos a la gente a discrepar, eso implica discutir, avanzar?
Unos lo descalifican acusándole de haber sido «jefe del IRA» y otros creen que merecía el Nobel de la Paz. ¿Se considera un pacifista o un revolucionario?
Soy un aspirante a revolucionario? Soy un activista que hace todo lo que puede. Todos los de mi generación, quienes hemos sobrevivido al conflicto, somos realmente afortunados por poder construir la paz. Pienso lo mismo sobre los vascos que ahora tienen esa oportunidad. Una vez que queda claro para todos que no hay otra alternativa que seguir hacia adelante, eso puede resultar muy liberador. A partir de ahí se puede ver una sociedad mejor desarrollarse. Pienso que soy muy afortunado por haber podido jugar un papel en todo ello, por muy pequeño que sea, ayudando a traer la paz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario