domingo, 12 de junio de 2011

Antes de la revolución de Mayo, las autoridades virreinales tenían prohibida la exportación de metálico que no fuera para la corona.

POLITICA ECONÓMICA


Libre comercio y censura


Luego de la revolución de 1810, se permitió la exportación de metálico, previo pago de impuestos. La medida tendía a ganarse el apoyo de los comerciantes de Buenos Aires, en su mayoría ingleses.

La Junta Grande, en 1811 limitó la exportación de metálico a 50 pesos plata por persona, y en 1815 se volvió a prohibir la exportación, pero en 1818 Pueyredón la liberó nuevamente.

La falta de metálico y la situaron creada, llevo a que el caudillo Martín Miguel de Güemes, para pagar sueldos, imprimiera monedas con aleación de plata y estaño. Esta “plata de Güemes” terminó inundando las provincias y desplazando a las demás monedas, ya escasas.
Tras la derrota de Ayohuma y la pérdida de Potosí, se crearon fundiciones en Córdoba y La Rioja para acuñar monedas con el mineral de cerro de Famatina, y se creó la “Caja Nacional de Fondos de Sudamérica”. El nombre era grande y ambicioso, pero esta “Caja de fondos sin fondos” –según se dijera popularmente-, cerró sus puertas en 1821 porque para entonces contaba con depósitos de solo 700 pesos.

Las medidas económicas de los sucesivos gobiernos, -supresión de impuestos de importación y “libertad de comercio”- provocaron el malestar del comercio y de la incipiente industria local. En 1815, luego de la caída de Alvear, una junta de comerciantes e industriales criollos protestaron por la libre entrada de mercaderías extranjeras, en especial por parte de los comerciantes ingleses.

Vicente Pazos Silva, comentando la protesta de la junta de comerciantes, editorializaba en el periódico “El Censor”:

“Es inconcuso que el comercio –decía el articulista- tal cual lo ejercen los extranjeros en este país, es inusitado en hasta ahora por ninguna nación extraña en ninguna parte de la tierra…de este proceder no debe formar parte al Nación Inglesa cuando ella particularmente le es constante que cada pueblo está en el caso de hacer cuanto pueda por su fomento y cuando debe conocer que las operaciones de los extranjeros aquí, traspasan las exenciones y facultades que pudieran gozar en una de sus colonias, y que el gobierno inglés jamás consentiría a extranjeros en las plazas de la Gran Bretaña”.
Como Pueyredón no hiciera nada por corregir esta situación, Barros Pazos insiste en “El Censor” el 3 de junio de 1817:

“Un ligero conocimiento del país basta para comprender que dentro de muy pocos años de independencia, más de diez millones de sudamericanos se vestirán de efectos extranjeros…consta de un ligero cálculo que actualmente consumimos de 30 a 40 pesos mensuales –de 9.000 a 12.000 pesos actuales- de aquellas mercaderías. Luego el consumo anual contará a más de 400 millones de pesos. Suma que en verdad espanta.” (R.A.W.p.208)
Pueyredón clausuró “El Censor” y Vicente Barros Pazos sufrió el destierro.

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