martes, 30 de agosto de 2011

El reparto de los despojos de Libia.

LIBIA
Corre prisa para el reparto del pastel libio
Por Txente REKONDO
Gabinete vasco de Análisis Internacional (GAIN)

Tras la llegada de los opositores a Gadafi a Trípoli muchos anticiparon el final del régimen del coronel libio, sin embargo de momento, la incertidumbre del futuro inmediato y las prisas de los «rebeldes» y sus aliados extranjeros son los rasgos que caracterizan la situación en Libia. No es casualidad que la agresión a Libia se produzca en plena crisis económica en la que los peor parados están siendo los estados occidentales y éstos quieran aprovechar la riqueza de Libia para dar la vuelta a la situación.


Las movilizaciones contra el régimen que nacieron al calor de la «primavera árabe» fueron rápidamente sustituidas por un alzamiento armado, y una de sus primeras víctimas fueron las organizaciones que pretendían emular las revueltas de Egipto o Túnez. Al hilo de todo aquello, algunas cancillerías occidentales, con el apoyo de sus aliados en las dictaduras monárquicas del Golfo, pusieron en marcha su propio guión, avalado por Naciones Unidas bajo el hipócrita epígrafe de la ayuda humanitaria, y cuyo fin último es el cambio de régimen.
El teatro de operaciones tiene todavía varios frentes abiertos y muchas dudas en torno a la derrota definitiva de Gadafi. Si acaba confirmándose la derrota, los grandes vencedores serán esa alianza extranjera y algunos de los «rebeldes» que se apoyan en ella, pero difícilmente se puede presentar ese desenlace como la gran victoria del pueblo libio hacia la libertad y la democracia. Si no, que se lo pregunten a los somalíes o a los afganos.
Londres, París y Washington, entre otros (representantes de las grandes compañías petrolíferas), van a conseguir hacerse con el control del gas y el petróleo libios, mientras logran ajustar viejas deudas con el coronel . Por su parte, Qatar, con su «espectacular» apoyo militar ha logrado también la gestión de toda esa riqueza libia (su apoyo y de otras cleptocracias del Golfo ha sido clave para «justificar» la agresión extranjera).
Esos «amigos» del pueblo libio han conseguido, o van camino de ello, hacerse con las riquezas energéticas del país, robar el dinero libio en todo el mundo, privatizar las empresas nacionales y permitir y utilizar el auge de formaciones islamistas, como ya lo han hecho en otros lugares.
Todo apunta a que el guión de esa alianza agresora busca lograr una base de Africom en el Mediterráneo, la implantación de un libre mercado salvaje en Libia y un Gobierno títere con una clase política manipulable, en nombre de la libertad y la democracia.
El llamado Consejo Nacional de Transición (CNT) tiene temores fundados a que acaben repitiéndose las situaciones de Irak; sin embargo, el escenario más próximo sería Somalia en 1991 o Afganistán en 1992, donde diferentes facciones luchaban sin tregua (con la participación de miembros del antiguo régimen), en una carrera sin cuartel para hacerse con el mayor poder posible antes de formalizar un «Gobierno de unidad».
Pero el mayor reto que deberá afrontar el CNT es sin duda alguna su grado de representatividad o legitimidad A pesar del reconocimiento internacional, la realidad libia sugiere otra fotografía. Las divisiones étnicas, tribales y regionales no tardarán en aparecer, si no lo han hecho ya, y las alianzas de hoy pronto mostrarán todas sus carencias.
La tropa de oportunistas y desertores de último momento, las viejas rencillas y, sobre todo, el reparto de la tarta libia pondrán sobre la mesa situaciones muy complicadas, lo que unido a las posturas e influencias de terceros actores, hará que la viabilidad del CNT se ponga en entredicho.
La batalla en torno a Trípoli refleja esos síntomas de debilidad de los «rebeldes». Mientras los medios occidentales colaboran en difundir noticias falsas y malintencionadas, o se convierten en meros apéndices propagandísticos de la alianza contra Gadafi, algunos aspectos de lo que realmente acontece sobre el terreno comienzan a llegarnos con cuentagotas. Sin olvidar la posición de Al-Jazeera, cuya dependencia qatarí condiciona sobremanera su información.
Así, la supuesta superioridad de los rebeldes no sería tal sin la fuerza aérea de la OTAN y sobre todo sin la participación en tierra de unidades especiales de algunos gobiernos occidentales y de Qatar, presentadas como «asesores». O la puesta en marcha del «alzamiento» coordinado en la capital a través de la red de mezquitas y aprovechando el Ramadán, confiriendo además un claro carácter islamista a la revuelta. Además, según algunas fuentes, las celebraciones del «triunfo» han sido protagonizadas por personas armadas, destacando la ausencia de civiles y, sobre todo, la de mujeres.
Esa incertidumbre planeará sobre Libia en los próximos días o, incluso, semanas. Las divisiones, personalismos y proyectos ideológicos chocarán. El proyecto de una transición pactada y gestionada por tecnócratas locales (exiliados o desertores de última hora) dirigido desde Occidente puede hacer aguas en cualquier momento.
El pulso mantenido por Occidente y sus aliados locales contra las nuevas potencias emergentes (Rusia, China e India, sobre todo) tendrá consecuencias en el tablero mundial. No es casualidad que la agresión a Libia se produzca en plena crisis económica en la que los peor parados están siendo los estados occidentales y éstos quieran aprovechar la riqueza de Libia para dar la vuelta a la situación.
Asistiremos a una resistencia de los leales a Gadafi en torno a la capital o ciudades como Sirte, Zlitan o Sabha, mientras los «rebeldes», con apoyo occidental, seguirán con su campaña «humanitaria» que conlleva la muerte de miles de civiles y la destrucción del país, y una reconstruc- ción de la que piensan aprovecharse, cruel paradoja, quienes han causado los destrozos.

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