miércoles, 24 de agosto de 2011

La dinastía Kirchner.


Los nuevos poderes

El análisis de Nelson Castro sobre lo que viene en octubre, el papel del kirchnerismo, la desolación de la oposición, y del rumbo que podrían tomar las cosas. “El proyecto “Cristina eterna” la acerca a Chávez y a un rumbo que augura vientos y tempestades” afirma el analista.
Por Nelson Castro
En el Gobierno se viven horas de encantamiento. “El 50% nos sorprendió también a nosotros”, reconoció el jefe de Gabinete de Ministros, Aníbal Fernández. En la oposición, en cambio (con la excepción del Frente Progresista que encabeza Hermes Binner) todo es desolación. “Se viene la gran traición”, era el vaticinio de Eduardo Duhalde ante varios intendentes peronistas del Gran Buenos Aires que le tienen simpatía pero que no pudieron hacerle entender que esa era una irrealidad. El ex presidente nunca llegó a aceptar la dimensión de su imagen negativa ni el hecho de que, en un país cuyo federalismo es tan sólo un enunciado, ningún intendente habría de arriesgar el presente y el futuro de su gestión en pos de un apoyo que podría dejarlo sin el sustento económico del Gobierno nacional, del que hoy no pueden prescindir.
Sólo un fenómeno conocido en la jerga de los economistas como “El Cisne Negro” –un imprevisto de dimensiones catastróficas– podría generar las condiciones para revertir el resultado del domingo pasado.
La oposición enfrenta, pues, una verdadera misión imposible. Su principal problema es la falta de un liderazgo claro por parte de alguno de sus dirigentes. Esa es una falencia clave que es poco probable que vaya a ser solucionada de aquí al 23 de octubre.
Todo lo contrario. En ese universo son todos pases de facturas e intentos de reacomodamientos desesperados por salvar la ropa.
“La unión con Ricardo Alfonsín no rindió los frutos esperados”, declaró Francisco de Narváez, que a estas horas no sabe cómo hacer para sacarse de encima la pesada mochila que le significa esa asociación por conveniencia que no funcionó y que terminó siendo una suma que restó, tal cual lo vaticinó Hermes Binner. En la provincia de Buenos Aires, el corte de boleta hizo que muchos que votaron por De Narváez lo hicieran también por Duhalde.
El peronismo federal ha recibido su certificado de defunción. En el desbande que se vive, varios de sus integrantes ya están viendo cómo reingresar a las filas del kirchnerismo.
El resultado, además, marca el ocaso de varias figuras políticas de la oposición. En esa lista hay que incluir a Eduardo Duhalde, a Ricardo Alfonsín, a Carlos Reutemann, a Fernando “Pino” Solanas y a Elisa Carrió. En el caso de Carrió su caída es impactante: en cuatro años perdió cuatro millones de votos. Los sucesivos desmembramientos de la estructura que armó son una muestra contundente de su notable dificultad para construir proyectos políticos sustentables.
En el medio de este panorama, el armado de la campaña habrá de ser algo muy difícil para las fuerzas que encabezan Duhalde y Alfonsín. Dos aspectos muy concretos ilustran sobre la dimensión de esas dificultades:
- ¿Quién estará interesado en financiar, a los dos partidos que se han disputado el segundo lugar, los costosos gastos de una campaña presidencial que hoy día ya tiene sabor a nada?
- ¿Conseguirán fiscales para hacerse presentes en la totalidad de las mesas del país?
En el radicalismo, las críticas a Alfonsín crecen día a día. Allí, hay quienes piensan en un renovado protagonismo de Ernesto Sanz, de Gerardo Morales y de Julio Cobos. El fenómeno del vicepresidente debería ser motivo de un análisis profundo. Un hombre que hace dos años tenía una imagen positiva que estaba por las nubes hoy se pasea en el medio de la más absoluta indiferencia. Nadie sabe qué harán Sanz, Morales y Cobos. De algo sí hay certeza: de seguir así, la Unión Cívica Radical se encamina a paso seguro hacia su autodestrucción.
Hasta las elecciones primarias, en el Gobierno miraban con recelo y preocupación a Daniel Scioli. Sobrevolaba la idea de que había una dependencia de la Presidenta para asegurar un triunfo sobre el que no se dudaba, pero cuya magnitud se ubicaba en niveles inferiores al del 50%. Con ese resultado, las cosas son ahora distintas. Cristina Fernández de Kirchner no depende ahora de ningún dirigente territorial para lograr la reelección.
“Nadie es dueño de los votos de la ciudadanía”, dijo la Presidenta en su buen discurso, en la noche de ese domingo electoral, pronunciado con tono conciliatorio. Fue una expresión sensata de reconocimiento de la realidad. Tal vez lo hizo acordándose de que hace un año su imagen positiva no superaba el 25%. Ello es la clara demostración de un voto pragmático de un sector independiente de la sociedad que no está atado a ninguna fidelidad partidaria.
Por otra parte, muchos dirigentes parecen ignorar la vigencia que la crisis de 2001 tiene aún en la gente. Y a la hora de elegir un presidente –y mucho más en el medio de la fenomenal crisis que afecta a la economía mundial– ese recuerdo se acentúa. Ante ello, la sociedad busca un reaseguro, y está claro que para la mitad de la población ese reaseguro lo da el Gobierno y no una oposición que, con su dispersión, le terminó posibilitando al oficialismo un triunfo arrollador.
“No hay que creérsela”, dijo también la Presidenta la noche de su victoria. Sería muy bueno que así fuese. En esta luna de miel política que ha comenzado a vivir, es importante que pueda aprovechar la enorme cuota de poder que le ha dado la sociedad para abocarse a la tarea de buscar soluciones a los problemas estructurales de la economía, que aún subsisten. El más importante, sin duda, tiene que ver con la profunda y persistente brecha de desigualdad que los notables índices de crecimiento que se han visto desde el 2003 hasta ahora no han podido modificar. Además, la carga que sobre las arcas fiscales impone la cantidad de subsidios que hoy tiene la Argentina –este año rondarán los 60 mil millones de pesos– difícilmente sea sostenible en forma indefinida. Por otra parte, las deudas que acumula el sistema previsional son explosivas.
La falta de crédito complica la inversión. Como bien señala el ex ministro Martín Lousteau “en la economía de un país en el que hay crédito para comprar electrodomésticos en cincuenta cuotas pero en el que una vivienda debe ser adquirida al contado, algo no anda bien”.
Sin embargo, por sobre todo ello, hay un asunto de enorme trascendencia político-institucional, sobre el que la Presidenta deberá decidir: ¿cuál será su modelo: Lula o Chávez?
El proyecto “Cristina eterna” la acerca a Chávez y a un rumbo que augura vientos y tempestades. El modelo Lula, en cambio, significará el acatamiento de la Constitución y el freno a las voces que abogan por una reforma que tenga por objetivo permitir la reelección indefinida de Fernández de Kirchner. Este es un camino de grandeza y de consolidación republicana, del que la Argentina tiene una desesperada necesidad.
Fuente: Perfil.com

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