¿Xenofobia o Cretinismo? | |
Mientras comienzo a escribir esta nota, doña Cristina está hablando desde su atril en el “Salón de los Próceres Latinoamericanos”, ese mismo que inaugurara el 25 de mayo con cuadros del asesino Ernesto Guevara. Por Enrique Guillermo Avogadro | |
Y también hay una batalla campal entre los vecinos de la zona y los ocupantes de otro espacio público que, en 48 hs., se ha cargado la vida de tres personas. De todas maneras, y en la medida en que está usando el atril para explicar, en su propia interpretación, qué está pasando el Parque Indoamericano, hoy ha acumulado una nueva prueba de su ignorancia como la abogada que dice ser, no sólo del derecho positivo sino del propio derecho natural. Le guste o no a doña Cristina, las comunidades sólo pueden existir cuando se someten a las leyes que gobiernan la convivencia y las relaciones entre cada uno de sus miembros. Paradójicamente, una sociedad es verdaderamente libre cuando es esclava de las leyes. Y una de las primeras normas que el hombre estableció cuando comenzó a manifestar su espíritu gregario dice, expresamente, que los derechos de uno terminan donde empiezan los de los demás. Si esto no se entiende, si ese principio no se hace carne en una sociedad, todo el andamiaje sobre el cual esa sociedad se ha creado dejará de existir, ya que no habrá límite alguno para la voluntad y el deseo, legítimos o no, de cada uno. Desde 2003, la imbécil posición gubernamental de no reprimir (nadie pide eso) la protesta social, ha llevado, precisamente, a que los derechos no sean respetados, y a que cada uno imponga al vecino su parecer. En especial, como todos sabemos, se ha conculcado generalizadamente el derecho a circular libremente. Las sociedades civilizadas ejercen, desde el Estado, el monopolio de la fuerza, y lo usan para canalizar esas protestas de modo tal que no perjudiquen a los demás. Y, así, mantienen el orden público en sus ciudades y permiten a sus ciudadanos ejercer sus derechos libremente. Los ejemplos sobran y, salvo excepciones que son verdaderos delitos, no hay heridos ni muertos en las protestas. Por ello, la Presidente, cuando pretende confundir disuasión con represión, razona con silogismos absolutamente disparatados. Y lo mismo ocurre cuando confunde el reclamo por una política lógica de inmigración con xenofobia. Los argentinos en general no tenemos problemas raciales, religiosos, sexuales o políticos que generen discriminación de ningún tipo. Es más, mayoritariamente tenemos por nuestros hermanos latinoamericanos un cariño enorme, generado por una historia común, por lazos culturales indisolubles, y hasta por el idioma. Pero ningún país –elija, señora Presidente, alguno para contradecirme- carece de política inmigratoria. Pero, tal vez, reclamar un diseño por el estilo en un país que carece de planificación de largo plazo (nadie parece pensar, en la Argentina, más allá del próximo año) resulte una quimera. Lamentablemente, los países de alrededor sufren, en algunos casos en forma más grave, de problemas sociales parecidos a los nuestros. Y la política de subsidios y de planes sociales implementado, sin filtro de ningún tipo y con mucha intencionalidad política, por el Gobierno nacional, hace que la ciudad de Buenos Aires y hasta el Conurbano actúen como un imán para quienes, en Bolivia, Perú, Paraguay, etc., sufren por la pobreza, la indigencia y, sobre todo, por la falta de un sistema de salud idóneo. Nadie es xenófobo –es decir, nadie considera un enemigo al otro- pero doña Cristina y don Anímal Fernández debieran entender varias cosas: que la situación que se está viviendo es producto directo de la inacción y de la corrupción que campean en el país y, también, que los recursos de todo tipo (vivienda, salud, educación, cloacas, agua corriente, electricidad, etc.) se planifican –o, al menos, debieran serlo- para una determinada población, y no para una demanda creciente, incontrolada y desmadrada. Por otra parte, y volviendo al principio de la nota, tampoco es posible que cualquiera, por muchas necesidades que tenga, ocupe espacios públicos para transformarlos en propiedades privadas. Y la tolerancia del kirchnerismo, motorizado por la voluntad clientelista, ha hecho precisamente eso. La ciudad y sus alrededores se han convertido, literalmente, en bienes vacantes, de los cuales cualquiera puede apropiarse. Para agravar, aún más, el panorama, la Argentina ha dejado de ser, desde hace ya años, un país de tránsito de droga para transformarse en uno de consumo; tanto que tenemos el record en marihuana y en cocaína comercializadas en el mercado interno y, como existen innumerables “laboratorios”, éstos venden el famoso paco, que destruye la vida en un año. Las villas porteñas, tan similares ya a las favelas brasileñas, se han convertido en las fuentes en las cuales campea el tráfico y abreva el consumo. El Presidente Luiz Inácio Lula da Silva –creo que equivocadamente, pero eso es otra discusión- ha enviado a las fuerzas armadas de su país a recuperar territorios que, hasta ayer, habían dejado de pertenecer al Estado brasileño para ser, sólo, de los traficantes. Si pensamos que el comercio de drogas en el mundo moviliza recursos por seis mil billones de dólares anuales, se puede comprender por qué los implicados en el mismo disponen de armamento tan sofisticado. A mero título de ejemplo, un allanamiento que se realizó en la celda en la que estaba detenido Fernandinho Beira Mar permitió saber que éste, desde la cárcel, estaba comprando misiles tierra-aire para luchar contra los helicópteros policiales. Ya la Presidente ha terminado su alocución, con mohines y sonrisas, en la que ha puesto toda la responsabilidad de los hechos que contemplo, azorado, por televisión, sobre los hombros de Macri. Mientras tanto, la Policía Federal –y también la todavía incapacitada Metropolitana- continúa ausente, y los vecinos han salido a matar a los intrusos. Hoy el país –porque el Parque Indoamericano es sólo una muestra; hay otras, como los transportadores de granos de Pehuajó- es un caos. El Estado está ausente, los órganos de seguridad del Ejecutivo no obedecen las órdenes del Poder Judicial, los propios ministros ridiculizan al Vicepresidente y al Jefe de Gobierno porteño, y los vecinos han salido a matar intrusos. También hay, en el Parque, organizaciones criminales de todo tipo, desde las que lucran “vendiendo” los terrenos a los invasores –y, como marketing, los llevan al lugar- hasta los que venden pasaportes y documentos de identidad para que puedan votar en las próximas elecciones y, sobre todo, a los traficantes que quieren expandir su imperio. La crispación que el kirchnerismo ha impuesto con su discurso a la sociedad es la causa de lo que está sucediendo. Mientras la Presidente recibía elogios del Juez Garzón, de Hebe de Bonafini y de Estela Carlotto, los esbirros de la segunda están entre los primeros atacantes de los intrusos del Parque, ante la posibilidad de que éstos invadan las casas construidas por su organización. Para “pegarle” a Macri, aparentemente todo sirve; y debo confesar que parece fácil. Hasta el caos y las muertes aparecen como útiles. Sin embargo, y como dijo esta mañana Joaquín Morales Solá en La Nación, esta situación se volverá, como un boomerang, contra el Gobierno nacional y la posibilidad de continuidad del kirchnerismo en el poder. Y será un “bien” más que heredará el sucesor. Por eso, y aunque sienta que estoy predicando en el desierto, insto a los políticos argentinos a que se pongan el país al hombro, a que se unan en la gesta heroica de recuperar el futuro ya que, si no lo hacen, auguro que la Argentina, como país, desaparecerá de la faz de la tierra. Debo confesar que hoy, en medio de tanta muerte y tanto cinismo, tengo pocas esperanzas. Termino esta nota a las 22:15, y la noche será muy larga en la Argentina, y más en el Parque. Ruego a Dios para que no se transforme en una masacre. |
domingo, 12 de diciembre de 2010
Soldati, un boomerang para el cristinismo cretino.
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