domingo, 24 de octubre de 2010

El peronismo; dueño de la decadencia.

Los dueños de la violencia

Hugo Moyano, no titubeó en informarnos que de ganar en el 2011 Julio Cobos o un peronista disidente enviaría a su hijo Pablo "y los pibes" a la Plaza de Mayo para protestar contra tamaña enormidad, lo que, subrayó, pondría en peligro "la gobernabilidad".

Por James Neilson


La Argentina no cuenta con un partido conservador poderoso comparable con aquellos que con cierta frecuencia triunfan en elecciones en América del Norte, Europa, Japón y Oceanía para entonces ponerse a gobernar, pero en términos políticos es uno de los países más conservadores del planeta. Si no lo fuera, un movimiento como el peronista, que ha sido responsable de una larga serie de desastres realmente espectaculares, hubiera dejado de existir hace por lo menos cuarenta años. Sin embargo, a pesar de haber contribuido más que ningún otro movimiento a hacer de la Argentina lo que el pensador francés Raymond Aron calificaba de "la mayor decepción del siglo XX", el peronismo no sólo ha sobrevivido sino que sigue dominando el escenario político nacional.

No es que el peronismo se haya modernizado a fin de adaptarse al mundo globalizado. A muchos dirigentes e intelectuales orgánicos del movimiento les parece natural dar prioridad a la reivindicación de la figura de Juan Domingo Perón y la de su segunda esposa, Evita, además de borrar del relato peronista pormenores tan desagradables como los supuestos por el protagonismo de José López Rega, la represión feroz que emprendió la Triple A cuando Perón aún estaba a cargo del gobierno nacional y los vínculos de ciertos peronistas con el régimen militar que se formó después del golpe de 1976.

¿Cómo explicarlo? Es evidente que el fenómeno se debe a algo más que la nostalgia colectiva que presuntamente sienten los fieles ya ancianos por las ilusiones de mediados del siglo pasado. El propio Perón atribuyó la vitalidad sorprendente del movimiento que fundó a los errores de sus adversarios: dijo que "no es que fuimos tan buenos sino que los que vinieron después fueron peores". El general aludía a los regímenes militares torpes y a las administraciones civiles débiles de los años cincuenta y sesenta, sin poder prever que la historia desconcertante de fracasos ajenos que permitirían que los peronistas se encargaran nuevamente del gobierno seguiría repitiéndose una y otra vez hasta bien entrado el siglo XXI.

Perón era tan nacionalista como el que más y, para más señas, entendía muy bien que la Argentina tendría que adaptarse a los cambios que se producirían en el mundo en las décadas venideras, de suerte que no es de suponer que se haya propuesto construir una maquinaria política, una especie de cápsula del tiempo, que serviría para mantener atrapados a sus compatriotas en los años cincuenta, impidiéndoles evolucionar política y económicamente como harían casi todos los demás, incluyendo a los italianos y españoles. Pero es lo que hizo. Los sueños de los años setenta que tanto fascinan a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y su marido ya eran retrógrados: lo que querían los "jóvenes maravillosos" de aquel entonces era regresar al primer peronismo con el propósito de emprender, desde el mismo punto de partida, un rumbo que a su entender sería "revolucionario".

A diferencia de otros movimientos, el peronista no se caracteriza por la adhesión de sus militantes a un ideario determinado. En distintos momentos ha sido izquierdista y derechista, estatista y "neoliberal", nacionalizando empresas cuando estaba de moda y después privatizándolas por la misma razón. Tanta plasticidad ha sido sumamente desmoralizadora, ya que a esta altura escasean los dirigentes peronistas que no hayan sido partidarios fervorosos de una variedad desconcertante de planteos ideológicos. En los años noventa los Kirchner eran tan menemistas, o sea "neoliberales", como más tarde serían kirchneristas muchos funcionarios y legisladores antes menemistas o duhaldistas.

El peronismo está aglutinado por los lazos personales de los dirigentes, por los favores que se deben mutuamente y por el entusiasmo que todos sienten por el poder. Tan fuerte es su "vocación" en tal sentido que a través de los años se han mostrado dispuestos a aprovechar cualquier oportunidad para apropiarse de él. Cuentan con los medios necesarios: pueden convocar a sindicalistas aguerridos habituados a hostigar a gobiernos no peronistas ordenando paros generales, grupos de choque callejeros y operadores que son plenamente capaces de organizar saqueos en gran escala a fin de brindar la impresión de que el país está por precipitarse en el caos, como en efecto hicieron para apurar la salida de Raúl Alfonsín y reducir a la mitad la gestión de Fernando de la Rúa.

He aquí la clave del éxito político innegable del peronismo. Como suelen recordarnos sus militantes, el suyo es el único movimiento que está en condiciones de garantizar "la gobernabilidad". Es su manera de advertir a rivales de otras agrupaciones de que, si merced a un error del electorado consiguen formar un gobierno, tarde o temprano se las arreglarán para destruirlo. En ocasiones lo dicen sin ambages. Anteayer, el jefe del PJ bonaerense y, lo que es mucho más importante, del sindicato de los camioneros, Hugo Moyano, no titubeó en informarnos que de ganar en el 2011 Julio Cobos o un peronista disidente enviaría a su hijo Pablo "y los pibes" a la Plaza de Mayo para protestar contra tamaña enormidad, lo que, subrayó, pondría en peligro "la gobernabilidad".

Aunque Moyano mismo no se ha visto beneficiado por las amenazas prepotentes que son su especialidad, entenderá que intimidar al electorado advirtiéndole de lo riesgoso que sería votar por Cobos o por cualquier otro opositor es una buena forma de ayudar a los Kirchner. Para conservar el poder que han sabido construir, los santacruceños tendrían que convencer a una cantidad suficiente de votantes de que sería catastrófico permitir que otros procuraran gobernar un país tan díscolo como la Argentina porque serían incapaces de impedir que personajes como Moyano sembraran el caos.

Puesto que hasta ahora ha funcionado muy bien la estrategia de dar a entender que, bien que mal, hay que votar por un peronista porque ningún dirigente de otro movimiento sería capaz de mantener bajo control a los compañeros más violentos, los Kirchner tienen buenos motivos para desestabilizar a su propio gobierno.

Por cierto, a los dos no les convendría en absoluto que la ciudadanía confiara tanto en las instituciones políticas del país que la mayoría cayera en la tentación de votar por un opositor sólo porque sus propuestas le resultaran atractivas o porque, cansada después de ocho años de gobierno kirchnerista, quisiera probar suerte con algo distinto.

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