La peor de las pesadillas
Los Kirchner lo lograron. Hoy, la Argentina se enfrenta a un dilema muy complicado, por obra y gracia de la crispación que han sabido insertar en la sociedad, en la cual ya no hay adversarios sino sólo amigos o enemigos.
Por Enrique G. Avogadro
“Imagen espantosa de la muerte,
sueño cruel, no turbes más mi pecho,
mostrándome cortado el nudo estrecho,
consuelo sólo de mi adversa suerte”
Lupercio Leonardo de Argensola
El 17 de octubre -¡hace sólo cinco días!- escribí una nota a la que llamé “Batallas Perdidas”, refiriéndome a la que, el viernes anterior, los Kirchner habían perdido contra don Hugo “Camión” en River.
No podía suponer, entonces, qué sucedería en la semana siguiente, cuando –como acertadamente dijo Jorge Asís en su sitio de Internet- se atravesaría la “frontera del primer muerto”.
No me han llegado encuestas recientes, pero no dudo que Moyano se ha transformado, para Eduardo Duhalde, en el Durán Barba de Macri o en el Braga Menéndez de los Kirchner.
Las expresiones del líder de la CGT –a la vez, Presidente del PJ de la Provincia de Buenos Aires y Vicepresidente del mismo a nivel nacional- informando que, si en las futuras elecciones (cuando quiera que éstas se produzcan) llegara a ganar un radical, iría con sus hordas a impedirlo, no pueden más que llevar agua al molino del hombre de Lomas de Zamora, el único que, en el imaginario popular, tiene lo necesario para enfrentar a este enriquecido patotero.
Pero el tema de esta nota es otro, obviamente signado por la muerte de Ferreyra, el militante del Partido Obrero caído en Avellaneda.
La nota de Asís[i], que recomiendo efusivamente, describe claramente qué podría suceder en Argentina si, enancado en este asesinato, se decide en el Parlamento, lisa y llanamente, terminar de un plumazo con el sistema de sindicalismo peronista que lleva ya más de sesenta años en uso.
Porque entonces la izquierda radical, esa que carece de representación popular –como lo demuestra cada vez que intenta adquirir blasones en actos electorales- pero que dispone de fuerzas de choque capaces de inquietar al más valiente, se haría con el control de algunos gremios y comenzaría a ensayar su anticuadísimo y fracasado proyecto de lucha de clases, llevándola a las calles.
Los Kirchner lo lograron. Hoy, la Argentina se enfrenta a un dilema muy complicado, por obra y gracia de la crispación que han sabido insertar en la sociedad, en la cual ya no hay adversarios sino sólo amigos o enemigos.
Y ese dilema, a partir de la muerte de Ferreyra, puede describirse en estos términos: terminamos con el sindicalismo peronista –ese que todos sabemos corrupto y prebendario- y entregamos nuestro futuro al trotskismo en todas sus formas, o viceversa.
Ambas opciones son malas, muy malas. Porque, es cierto, la ciudadanía está harta, total y completamente, del modelo sindical vigente, expresado, por antonomasia, por Hugo Moyano y sus hijos. También es verdad que pueden democratizarse sus instituciones, y aumentar el control público sobre los fondos que los gremios manejan sin cortapisa alguna.
Pero ese proceso debería ser encarado con calma y tranquilidad, no en medio del negro período en que los argentinos vivimos hace más de siete años. Como la Ley de Medios, es algo que nuestro país se debe, pero no para transformarse en un mero instrumento de las apetencias oficiales.
Sin embargo, la otra opción, es decir, la que implicaría utilizar el cadáver de Ferreyra como ariete contra todo el sindicalismo peronista, llevaría a la sociedad a encontrarse, de la noche a la mañana, con la dialéctica de Raúl Sendic en la calle. El fundador de Tupamaros, al ser entrevistado por Pablo Giussani para su libro “Montoneros: la soberbia armada”, explicó que la dialéctica de la insurrección, en períodos democráticos, pasa por golpear permanentemente al gobierno, forzarlo a traspasar los límites autoimpuestos, hasta que se vea obligado a reprimir y, con ello, muestre su lado fascista.
Porque no debe olvidarse que, como dije más arriba y lo prueba el análisis de todas las elecciones habidas en la Argentina, la izquierda insurreccional carece de base de sustentación popular. Es más, la propia Ley de Reforma Política, diseñada y aprobada por el kirchnerismo para intentar conservar el poder, dejará fuera de la contienda a la enorme mayoría de esos grupúsculos que sólo adquieren personería virtual en la calle, a la cual llevan a la totalidad de sus adherentes, numéricamente incapaces de imponerse en las urnas.
Y el problema surge en este momento porque, como se vio anoche en Plaza de Mayo, todas esas organizaciones sociales y políticas están “corriendo por izquierda” a este Gobierno; es lo peor que pudo pasarle, porque la presencia de esa gente está mostrando a las claras cómo se deshace el disfraz de progreso y distribución con el que pretendió revestirse.
A partir de ahora, los Kirchner tienen frente a sí dos caminos, a cual más malo: se respaldan en Moyano e intentan conservar –en realidad, lo haría él y no la parejita imperial- el control de la calle, o lo enfrentan en una batalla perdida de antemano que, además, haría que cayeran en brazos de esa izquierda combativa que nada tiene que envidiar a las milicias socialistas de don Hugo Chávez.
Lo peor es que, muy a pesar nuestro, don Néstor sigue manejando –cual “mono con Gillette”- la agenda nacional. Cualquiera sea el camino que elija, será terrible para nuestro país y hará que traspasemos, en un número terrible, esa frontera de la que habló Asís en su nota.
De un modo u otro, volveremos a los primeros 70’s, esa época aparentemente tan añorada –presumo que a ello se debe la inclusión de los asesinos del Regimento 27 de Monte en la lista de los desaparecidos indemnizados- por este insano matrimonio, capaz de cualquier cosa para conservar el imperio económico que han sabido conseguir, en lugar de los laureles a los que hubieran debido aspirar.
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