jueves, 28 de octubre de 2010

El regimen imperante en Argentina y alternativas superadoras.

Como salir de la trampa del “régimen”

Nuestra Patria, la República Argentina, está inmersa en un proceso de negatividad evidente, cuyo origen se oculta en su proyección y cuyas culpas nos alcanzan todos sin excepción, ya que, por acción u omisión, hemos dejado que se construya un “régimen” nocivo que destruye el legado del pasado quitando esperanzas en el futuro.

Por el Tcnl. José Javier de la Cuesta Ávila (LMGSM 1 /CMN 73)


Es terreno común el caer en las criticas intelectuales o los desmadres físicos, para expresar la sensación del mal evidente, creando anomia o terror, al tiempo que se alimenta una violencia cruel que, para a mostrarse, en lugar de reflexionarse, usa el estruendo para cubre si propia inoperancia. Las vocees se elevan en todos los ámbitos, repitiendo, una y otra vez, la “letanía” de que tenemos un maravilloso país que es una pésima nación por culpa de los dirigentes. Lo que callamos, por vergüenza o temor, es que ello se debe a que los argentinos hemos elegido ser “habitantes”, que no asumimos como “ciudadanos”, la responsabilidad de ser cimientos de la comunidad y contribuir, participando, en sus realizaciones. Este abandono de la identidad se expresa en una solapada lucha entre nosotros mismos, el abandono de las glorias del pasado y la egoísta negación de contribuir al mejoramiento del futuro. Argentina está en una muy profunda crisis que no tan solo lastima el presente sino que pone en riesgo nuestro mañana. Los dirigentes se enfrentan en una lucha en la que privan sus personalismos, que deja adivinar detrás de ellos intereses, materializando una acumulación malsana de poder que busca perpetuarse por sí o por una alternancia cuyos fines se contraponen. Los ideales de Patria, basados en la prosperidad, que solo se logra con el trabajo y la dedicación, son suplantados por mezquinas acciones que por su virulencia agitan la violencia y llevan a una permanente confrontación., Lo mas dañoso de este proceso es que la clase política que debiera ser la esencia de la argentinidad y el medio de amalgama de la sociedad con el estado pierde consistencia por una evidente falta de representatividad genuina, olvidando que para marchar hacia delante se necesita el acuerdo de todos y el esfuerzo conjunto.

Los dirigentes políticos, impulsados por las circunstancias, posiblemente asociados en forma directa u oculta, conciente o inconscientemente, se han dejado llevar, en un proceso de “encantamiento”, por atractivas ideas o brillantes intereses que muestran futuros espectaculares encerrados como “ideologías” o “corporaciones”, sin evaluar que ello siempre conduce a la división, ya que se basan en “partes”, que entran en pugna entre si tratando de prevalecer, quitando a uno lo que es de otros, señalando falsos agravios y, finalmente, ocultándose en la impunidad y proporcionando escenarios para la corrupción.. La esencia de estos procesos de quitar a alguien para dar a otro, no como resultante de la solidaridad, sino como una “distribución calificada”, en realidad tiene el objeto de lograr la dependencia de sus beneficiados y, de esta sórdida manera, lograr un interesado apoyo para cubrir sus más extrañas acciones. De esta manera, el poder, raíz de los actos y decisiones, es sustraído de las gentes y absorbido por los mandatarios, destruyendo así la libertad y lo que, aparentemente, se pretende sostener: la democracia. La democracia moderna ya no son multitudes vociferando en las calles para imponerse, pues, los medios de comunicación y difusión, han alcanzado una capacidad, tal que sus mensajes reemplazan los griteríos, además las poblaciones han salido del analfabetismo, con lo que tienen ideas y conciencia que les dan valederas opiniones, claro está que, a su vez, cada vez es más necesario lograr que toda esta nueva capacidad se puede expresar genuinamente y, para ello, esta la lógica racional de encontrar representantes. El sistema electoral de Argentina, basado en las “ideologías” y/o las “corporaciones” nos lleva a una forma de representación de esas, que siempre están en las cúpulas, y nos divorcian, absolutamente, de las necesidades y aspiraciones de las bases que son el pueblo. Nuestros constituyentes fundacionales, con una calidad que deben sorprendernos t una honestidad que debemos rescatar, supieron que la geografía seria lo único inmutable y, por ello, originaron la forma de gobierno “federal” , pues de esa manera unen al vecino y crean la razón del “conciudadano” o sea la expresión más clara de lo que es la ciudadanía unida.

Si miramos internacionalmente, podemos ver a regímenes dictatoriales de derecha o izquierda, que se anuncian como “democracias”, pero que ella no existe en sus procedimientos y es desdecirá en sus actos, que, bajo el manto de la “gobernabilidad”, conducen a un “centralismo” que suma restricciones, acalla dudas y se impone a todo lo que signifique protesta. El medio para lograrlo es esa “falsa democracia” electoral, que se estructura de manera tal, que aquellos que serán los “elegidos” llegan con atadura y dependencia “ideológica” o “corporativa” y no como genuinos representantes de sus electores. Tan evidente es este sistema, que el habitante descarta su calificativo de ciudadano, ya que, la razón para serlo, no existe en la realidad de los hechos y se sabe que a sido burlado. Como resultado, esta verdad, inhibe las acciones, aparta las actividades y niega el aporte, pero, ello es lo que se aprovechan para cubrir los vacíos con la posición de aquellos que han encontrado en esta forma su realización individual a costas de la perdida de los conjuntos.

La sabiduría de nuestros antepasados, cuando redactaron la Constitución Nacional en la década del 1850, está concretada en la forma de gobierno que determinaron y que nosotros hemos mantenida en la letra pero modificada sustancialmente en los hechos. Si no se logra la integración por la familia, el vecino y el conciudadano, jamás se lograra ella con aquel que, si bien puede tener las mismas ideas o intereses, no siente la amalgama natural de las necesidades de la convivencia. Concretamente, hemos creado un “régimen” que es un sistema de estructura política, que se ajusta a fines u objetivos que se originan de las “ideologías” o las “corporaciones” y no de las “necesidades” o “aspiraciones” de las comunidades, Es decir, los electos, como autoridades o representantes, no tiene el basamento de la representación de la sociedad, sino el de las ideas o intereses que los postulan, y así surge la idea de “lealtad” que se contrapone a la obligación del “servicio”. La fuerza de este régimen, para nuestro caso, es tal, que aun aquel político que su vocación original no está en tal sentido, para lograr actuar, tiene, necesariamente, que claudicar y aceptarlo como único medio para intentar realizarse, pero, lamentablemente, la fuerza del sistema a la larga, lo anula, cambia y, cuando no, lo incorpora. Entender esta realidad psicopolitica en Argentina, debe ser la matriz para tratar de comprender lo grave e inaudita que es la situación que vivimos los argentinos.

Los argentinos estamos en una “trampa”, que se presenta como una “jaula dorada”, pero que, en realidad, es un a “celda” que nos hace prisioneros y nos impide que el ejercicio de la “libertad” haga ciudadano a cada uno de los habitantes. La gente que construyo el país desde aquellos tiempos de desafío, peligro y acción, que actuaban soñando en lo que sería la herencia de bienestar que nos dejaría, son nuestros padres y abuelos, que sin pensar en ellos y si en sus descendientes, quisieron damos una nación tan esplendente como es el país y que nosotros estamos destruyendo o, a lo menos, dejando que se lo destruya.

La Argentina de principios del Siglo XXI está sometida dentro de un andarivel que la condiciona y le impide salir hacia su destino real, ya que le crea ataduras que restringen sus acciones, impiden los aportes y mantiene en duda permanente sus mañanas. Por un lado, están los partidos políticos, con sus “ideas”, y, por el otro, las corporaciones, con sus “intereses”, dándose la extraña situación que existen casos en los que se mezclan “ideas” e “intereses” bajo una misma postura que, si se la analiza en profundidad, en realidad está escondiendo una detrás de la otra. La lógica de este proceso, se evidencia, en la acumulación de poder en las cúpulas y el enriquecimiento personal de los dirigentes y sus entornos. Argentina tiende, de esta manera, con una “centralización” evidente, a convertirse en una “dictadura”, bajo el manto electoral, que, ante el riesgo que sus acciones producen, busca la protección en perpetuarse con la continuidad o la alternancia, siempre de los mismos personeros. Si, haciendo un ejercicio de memoria, rescatamos a quienes ocuparon los diversos cargos de la dirigencia política “ideológica” y “corporativa” varias décadas atrás, veremos que ellos estén en el presente, a veces en sus descendientes generacionales y en otros en sus “discípulos”, cuando no ellos mismos, en un extraño fenómeno de “supervivencia” imposible de calificar.

Si se recorre la historia de Argentina en el Siglo XX y se compara ella con lo sucedido en el anterior, veremos cómo nos hemos alejado paulatinamente de lo que pactaron nuestros antecesores para hacernos una nación y la realidad que construyeron los gobernantes en contradicción con aquello. El secreto de aquellos mayores era la prosperidad que ofrecía un país, en el que todo estaba por hacerse, y que el trabajo era el medio las claro para mejorar, al mismo tiempo que la conjugación de medio más acción, brindaba oportunidades ofrecidas sin compromisos ni ataduras. Si se observa el nivel de vida de padres e hijos, se ve. con claridad, cuanto avanzaron estos últimos, por el aporte que les hicieron sus mayores y que el nivel de bienestar y felicidad fue ganado por el esfuerzo generacional, no como un regalo o una dadiva de los dirigentes.

La violencia, la intemperancia, la indisciplina y la crueldad afloran desatadas por la situación, lo que hace que se presenten hechos y actitudes que lastiman, denigran y molestan, que conducen a una permanente turbulencia. Cada vez que se abre un resquicio de justicia, brota en las organizaciones hechos que están próximos a lo delictivo, cuando no son claramente criminales, que quedan ocultos en un sistema lento y difuso que, por lo tanto, no corrige ni castiga y, por lo tanto, empantana, dificulta, traba y disuade. Es necesario comprender que los argentinos hemos caído en la “trampa” de un régimen que beneficia a los dirigentes y perjudica a la masa de la sociedad, que todos, de alguna manera, tenemos responsabilidad de que el se haya logrado, pero que también debemos tener capacidad para reaccionar ante este mal que nos está socavando y destruyendo.

La solución está en la política, no la política actual, sino en aquella que se utilizo en el pasado y cuyos resultados fueron los que dieron éxito al progreso de los argentinos. El ejemplo está claro en la historia de lo que se hizo y se logro a principios del Suhlo XX, con la obra de los dirigentes del anterior que trazaron un accionar claro y concreto que tenía por finalidad abrir “oportunidades” y brindar apoyos para que todos los habitantes de nuestra tierra tengan a su frente la posibilidad de la prosperidad y. tras ella. el bienestar. Un bienestar fruto del esfuerzo y no la dadiva de los dirigentes, que acumulan su capacidad en desmedro de los que a ellos contribuyen, con lo que se los hace dependientes. Sin dudas, este proceso negativo está creando dolores tan intensos, que ya no puede ser desconocido, salvo por aquellos que están involucrados en el mismo y lucran de sus resultados, por lo que esta despertándonos al llamado de salir del mismo. La cuestión es cono salir sin que ello signifique una fractura irremediable o sea una nueva caída en la ilegalidad que se pretende no incurrir, y, evidentemente, ello tiene que ser encontrado en la modificación del sistema que conduzca al cambio del régimen y, para ello, hay que comenzar por una renovación de los dirigentes, para que ellos no dependan de las “ideologías” o las “corporaciones” sino de las ”necesidades y aspiraciones” de la gente, en pocas palabras, hay que restituir totalmente la vigencia del artículo 1ro de la Constitución Nacional y aplicarlo tal como lo hicieron nuestros mayores, en sus tiempos inmediatamente posteriores, dejando sin efecto las modificaciones o reformas que nos han alejado de su sustancia y objetivo. Debemos volver a la democracia del vecino, la del conciudadano, la que une en los temas y problemas y la que conduce a la búsqueda conjunta de soluciones inmediatas, para dar prosperidad con paz y justicia y alejarnos, de una vez por todas, de aquellos que no han mostrado la necesario vocación hacia el bien común y nos han arrastrado con promesas incumplibles y engañosas a la tinieblas del presente.

Para dar ese paso liberador, seguramente, se necesita el valor y el coraje que significa encarar una salida de un carril por el que circulamos, pero ello ya lo han vivido otros y nosotros mismos, en el pasado, pues, el no hacerlo, es aceptar la derrota, convalidar los males y postergar el mañana que tenemos por responsabilidad dar como herencia a nuestros hijos, por lo que, si es que en verdad queremos una Argentina mejor, debemos dejar de ser meros habitantes de esta tierra de promisión y materializarnos cono ciudadanos de esta gran Nación.

Se es conciente que este volver a las bases que nos hicieron Nación es una tarea de los gobernantes. También se sabe que ellos son los mismos que han construido el actual escenario para sus propósitos, por lo que el tránsito hacia una Argentina mejor no es una tarea fácil ni simple. Pero recordamos a los próceres que vivieron en los siglos anteriores y los compromisos que se les presentaron, tan o más difíciles, quizás, como los actúales, y que ellos supieron conocerlos y aceptaron el desafió para resolverlos., Así, con “patriotismo” intentaron darnos una Patria mejor, arriesgando vidas y haciendas, sin pensar en sus beneficios propios, con la convicción que el deber priva sobre el interés. Esos patriotas nos legaron una Argentina soñada, esplendida y maravillosa que, por nuestra causa, seguramente, quizás estamos hoy perdiendo. Debemos salir de la “trampa” para que la libertad nos devuelva al derrotero de éxitos basados en el trabajo y la acción y, para ello, tenemos que reencaminar la elección de los representantes a lo que constitucionalmente hemos acordado con los “pactos preexistentes” y, así, seremos de nuevo Nación. Este es nuestro desafío y este será el hecho por el que nos juzgara en el presente el Mundo y, en el mañana, nuestra posteridad.

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