La muerte de un canalla
La muerte de este canalla sólo ha servido como paliativo, como un pequeño descanso ante su perfidia e impía maldad. Hemos quitado un enorme peso de nuestras espaldas, pero el futuro se presenta sumamente oscuro. Dios nos ha ayudado dándonos un desahogo por el que tanto suplicamos muchos de nosotros.
Por Rolo Tomasi
La muerte de este malvado, sin dudas el más grande malvado que haya engendrado nuestro país en el siglo pasado, el que llegó a eclipsar al mismísimo demonio rojo Alfonsín, tarea ciclópea si las hay, provocó en mí un cúmulo de sensaciones y sentimientos simultáneos a medida que iban transcurriendo las horas desde el preciso momento en el que tomé conocimiento de su ansiada y largamente esperada desaparición del escenario de poder, por millones de argentinos.
Desde hace varios años vengo sosteniendo que todo el tiempo en que se demorara su expulsión, sólo serviría para hundir aún más a nuestra pobre patria en un pozo séptico del que será una verdadera epopeya sacarla. Implorábamos por verlo junto a su mujer y su gavilla de malhechores tras las rejas, penando por décadas por todas y cada una de sus tropelías.
Los hechos me han dado desgraciadamente la razón y sostengo que muchas menos hubiesen sido nuestras desventuras si este acontecimiento se hubiera presentado unos meses antes, cuando comenzaron las advertencias del cielo para hacerlo cambiar el rumbo de su disipada vida. No descansaba en su fértil imaginación diabólica en hacer el mayor daño posible a una nación severamente castigada.
Era como si estuviera enfrascado en una carrera contra el tiempo para lograr la más grande destrucción, de modo de impedir que en algún momento se pudiera iniciar la reconstrucción física, moral y espiritual de la patria y de sus hijos.
No escatimó ni un instante del escaso intervalo que Dios le había concedido en su infinita misericordia, en pergeñar las más abominables estrategias y dejarnos en un pleno estado de indefensión ante la multitud de peligros y enemigos que nos acechan por doquier.
Fueron muchas las oportunidades que tuvo para arrepentirse y torcer el rumbo a lo que sería su destino final si no lo hacía. Su impiedad pudo más que su santo temor y dilapidó los pocos instantes que le quedaban en este mundo buscando denodadamente lastimar más profundamente a su prójimo.
La primera de las sensaciones que experimenté fue la de un profundo dolor. El saber con un grado muy alto de probabilidad que esa pobre alma puede haberse condenado al infierno. Al igual que a Voltaire, quien luego de dos oportunidades renegó concientemente y ante escribano su odio visceral a Dios prefiriendo morar toda la eternidad en los abismos infernales, se le concedió cuatro advertencias que junto a su mujer obstinadamente desaprovechó. La última al extremo de echar al sacerdote que caritativamente pretendió auxiliar para que salvara su alma inmortal.
La segunda y casi inmediata a la anterior, una sensación de inmenso alivio, una gran alegría al ver en las pantallas la frase, “Murió Kirchner”. Sentí súbitamente que una enorme carga, un peso demasiado grande, finalmente había desaparecido de nuestras agobiadas espaldas, y si bien aún soportamos uno muy importante, el sólo saber que nunca más su desaliñado aspecto, su repulsivo rostro de basilisco, ya no sería parte de nuestra realidad diaria sino un horrible recuerdo, una asquerosa pesadilla que hubo de concluir.
Fueron dos sentimientos encontrados. Realmente nunca quise ni lo deseé, el que este pobre infeliz, que cayera vaya a saber cuándo en las garras de Satanás, finalmente pudiera acompañarlo eternamente. Sí pretendí que quedara inhibido, impedido, anulado completamente de poder hacer daño, pero con la suficiente lucidez que le ayudara a convertirse y poder escapar de la telaraña que el demonio tejió a su alrededor.
Sólo Dios en su infinita misericordia tiene la última palabra, que se haga su santa voluntad y ruego por que se haya finalmente salvado, pero estoy gratamente feliz de no verlo ni oírlo nunca más. Ha muerto una abominación y nos ha dejado el campo minado, terrible será nuestro futuro sobre todo porque aún seguimos en manos de su mujer, una descerebrada que posee media neurona, la que sólo sirve para alimentar su vanidad y su soberbia.
Lentamente y a medida que transcurrían los minutos en donde falté a mi promesa de jamás ver la televisión abierta de nuestro país, y mucho menos esos esperpentos llamados noticieros, comencé a sentir una nueva sensación, la de un asco incontrolado al ver cómo los hipócritas que pululan por doquier trataban obscenamente por ser los más dolidos por la muerte del engendro.
Comprobé por enésima vez cuan repugnante es nuestra clase dirigente, viendo a sus lamebotas indignos arrastrarse por el fango para mostrar su lealtad o a los miserables que se autoproclaman opositores, tratar de expresar con palabras que ni por casualidad encontraban, pronunciar toda suerte de patéticos sonidos guturales que elogiaran al genio desaparecido.
Toda una sinfonía grotesca de mafiosos que buscaban con frenesí aparecer como los más amadores del canalla o como los más dignos rivales del adversario caído. Así fue durante toda la jornada con actorzuelos de poca monta, pseudo intelectuales surgidos de la letrina kirchnerista, con decrépitas con la cabeza cubierta con pañuelos, en donde relajados bufones conocidos vulgarmente como trabajadores de la prensa repitieron sin solución de continuidad miles de expresiones alabanciosas al malvado.
En medio del fragor en el que toda esa caterva de advenedizos pugnaba por tener cámaras, pantallazos de la otrora Plaza testigo de eventos decisivos de la historia, nos mostraban cómo lentamente se acercaban aislados transeúntes que plasmaban todo su desasosiego, su tristeza y su convencido sentimiento de pesar. Ante esas imágenes fui preso de otra sensación, la de una pena muy profunda por cómo se ha idiotizado, estupidizado a nuestro pobre pueblo.
En una sostenida campaña de décadas en donde se ha ido desbaratando y anulando el ser nacional, se ha logrado lavarle la mente a nuestro pueblo más sensible. Se lo llevó a los límites de la ignorancia, se lo manipuló con infinidad de estímulos que le hicieron perder la noción más básica de su misión trascendente, lo convencieron de que lo malo es bueno y lo bueno es malo, desataron sus bajas pasiones y le alimentaron sus vicios para que como autómatas respondieran, ante la más insignificante señal, a sus objetivos perversos.
Fueron permeables al odio que había quedado en el olvido y reabriendo las viejas heridas cerradas, se sometieron sin resistirse a la maldad de aquellos que habiendo sido derrotados por las reservas morales de la nación, volvieron como rapiñas a vengarse por el polvo que debieron comer en su caída.
El que ingenuamente fuera tratando de encontrar una señal que fuera objetiva y despojada al menos con elegancia de su sucia actitud relajada de chupamedias, experimenté otra terrible sensación de rechazo y bronca ante esta parodia de prensa independiente que no es más que un hato de sanguijuelas. Nada podemos pretender de canales oficiales como C5N, 26, la Televisión Pública, o Encuentro, pero soportar a TN y los canales adheridos, la mentira de su falso enfrentamiento con el gobierno, es una verdadera burla a nuestra inteligencia. Nunca más falaz el pretender convencernos que Clarín o Nación son enemigos, cuando son socios del delito, simples cachafaces que buscan un objetivo común por métodos a veces disímiles.
No existe un solo diario o pasquín que no se rebajó como la más baja de las cortesanas a volcar toda una gama inacabable de loas, alabanzas y vítores al tirano caído. Fue una verdadera orgía de imágenes en donde cada canal o medio escrito se desvivía por ser más elocuente en su desesperación por elogiar al “genio”, al “estadista”, al más grande desde Perón. Un verdadero bacanal de fanáticos que competían por ser los más kirchneristas.
Y la última de las sensaciones, la que me acompaña desde hace muchos años, es la de una congoja inmensa por el futuro de nuestra querida patria en manos de estos palurdos. Sin reservas morales y espirituales, sin una conducción lúcida y nacional, sin FFAA, con una juventud modelo de banalidad e irresponsabilidad, viciada por el hedonismo, que sólo le importa lograr todo en poco tiempo, sin compromiso alguno con la esencia y fundamentos de nuestra estirpe y nuestras raíces hispano católicas, con una dirigencia gremial mafiosa que ha desbaratado todo lo bueno que alguna vez generó, cuando fue fiel a sus principios y se constituyó en el único movimiento obrero organizado del mundo que no era marxista, con cárteles de la droga que están diezmando en el vicio y la dependencia a nuestras futuras generaciones, con una guerrilla en ciernes que se viene preparando con instructores chavistas para dar el golpe en el momento más propicio, con potencias extranjeras que se relamen por adueñarse de nuestro territorio vilmente entregado por los cipayos traidores, con pastores que han claudicado en su misión santa de guiar a las ovejas al redil de la salvación y nos han abandonado a los lobos rapaces que lentamente van desmembrando el cuerpo místico de Cristo.
La muerte de este canalla sólo ha servido como paliativo, como un pequeño descanso ante su perfidia e impía maldad. Hemos quitado un enorme peso de nuestras espaldas, pero el futuro se presenta sumamente oscuro. Dios nos ha ayudado dándonos un desahogo por el que tanto suplicamos muchos de nosotros.
La gran incógnita es ¿Qué haremos ahora nosotros para ayudar a Dios a salvar nuestra Patria?
Por Rolo Tomasi
La muerte de este malvado, sin dudas el más grande malvado que haya engendrado nuestro país en el siglo pasado, el que llegó a eclipsar al mismísimo demonio rojo Alfonsín, tarea ciclópea si las hay, provocó en mí un cúmulo de sensaciones y sentimientos simultáneos a medida que iban transcurriendo las horas desde el preciso momento en el que tomé conocimiento de su ansiada y largamente esperada desaparición del escenario de poder, por millones de argentinos.
Desde hace varios años vengo sosteniendo que todo el tiempo en que se demorara su expulsión, sólo serviría para hundir aún más a nuestra pobre patria en un pozo séptico del que será una verdadera epopeya sacarla. Implorábamos por verlo junto a su mujer y su gavilla de malhechores tras las rejas, penando por décadas por todas y cada una de sus tropelías.
Los hechos me han dado desgraciadamente la razón y sostengo que muchas menos hubiesen sido nuestras desventuras si este acontecimiento se hubiera presentado unos meses antes, cuando comenzaron las advertencias del cielo para hacerlo cambiar el rumbo de su disipada vida. No descansaba en su fértil imaginación diabólica en hacer el mayor daño posible a una nación severamente castigada.
Era como si estuviera enfrascado en una carrera contra el tiempo para lograr la más grande destrucción, de modo de impedir que en algún momento se pudiera iniciar la reconstrucción física, moral y espiritual de la patria y de sus hijos.
No escatimó ni un instante del escaso intervalo que Dios le había concedido en su infinita misericordia, en pergeñar las más abominables estrategias y dejarnos en un pleno estado de indefensión ante la multitud de peligros y enemigos que nos acechan por doquier.
Fueron muchas las oportunidades que tuvo para arrepentirse y torcer el rumbo a lo que sería su destino final si no lo hacía. Su impiedad pudo más que su santo temor y dilapidó los pocos instantes que le quedaban en este mundo buscando denodadamente lastimar más profundamente a su prójimo.
La primera de las sensaciones que experimenté fue la de un profundo dolor. El saber con un grado muy alto de probabilidad que esa pobre alma puede haberse condenado al infierno. Al igual que a Voltaire, quien luego de dos oportunidades renegó concientemente y ante escribano su odio visceral a Dios prefiriendo morar toda la eternidad en los abismos infernales, se le concedió cuatro advertencias que junto a su mujer obstinadamente desaprovechó. La última al extremo de echar al sacerdote que caritativamente pretendió auxiliar para que salvara su alma inmortal.
La segunda y casi inmediata a la anterior, una sensación de inmenso alivio, una gran alegría al ver en las pantallas la frase, “Murió Kirchner”. Sentí súbitamente que una enorme carga, un peso demasiado grande, finalmente había desaparecido de nuestras agobiadas espaldas, y si bien aún soportamos uno muy importante, el sólo saber que nunca más su desaliñado aspecto, su repulsivo rostro de basilisco, ya no sería parte de nuestra realidad diaria sino un horrible recuerdo, una asquerosa pesadilla que hubo de concluir.
Fueron dos sentimientos encontrados. Realmente nunca quise ni lo deseé, el que este pobre infeliz, que cayera vaya a saber cuándo en las garras de Satanás, finalmente pudiera acompañarlo eternamente. Sí pretendí que quedara inhibido, impedido, anulado completamente de poder hacer daño, pero con la suficiente lucidez que le ayudara a convertirse y poder escapar de la telaraña que el demonio tejió a su alrededor.
Sólo Dios en su infinita misericordia tiene la última palabra, que se haga su santa voluntad y ruego por que se haya finalmente salvado, pero estoy gratamente feliz de no verlo ni oírlo nunca más. Ha muerto una abominación y nos ha dejado el campo minado, terrible será nuestro futuro sobre todo porque aún seguimos en manos de su mujer, una descerebrada que posee media neurona, la que sólo sirve para alimentar su vanidad y su soberbia.
Lentamente y a medida que transcurrían los minutos en donde falté a mi promesa de jamás ver la televisión abierta de nuestro país, y mucho menos esos esperpentos llamados noticieros, comencé a sentir una nueva sensación, la de un asco incontrolado al ver cómo los hipócritas que pululan por doquier trataban obscenamente por ser los más dolidos por la muerte del engendro.
Comprobé por enésima vez cuan repugnante es nuestra clase dirigente, viendo a sus lamebotas indignos arrastrarse por el fango para mostrar su lealtad o a los miserables que se autoproclaman opositores, tratar de expresar con palabras que ni por casualidad encontraban, pronunciar toda suerte de patéticos sonidos guturales que elogiaran al genio desaparecido.
Toda una sinfonía grotesca de mafiosos que buscaban con frenesí aparecer como los más amadores del canalla o como los más dignos rivales del adversario caído. Así fue durante toda la jornada con actorzuelos de poca monta, pseudo intelectuales surgidos de la letrina kirchnerista, con decrépitas con la cabeza cubierta con pañuelos, en donde relajados bufones conocidos vulgarmente como trabajadores de la prensa repitieron sin solución de continuidad miles de expresiones alabanciosas al malvado.
En medio del fragor en el que toda esa caterva de advenedizos pugnaba por tener cámaras, pantallazos de la otrora Plaza testigo de eventos decisivos de la historia, nos mostraban cómo lentamente se acercaban aislados transeúntes que plasmaban todo su desasosiego, su tristeza y su convencido sentimiento de pesar. Ante esas imágenes fui preso de otra sensación, la de una pena muy profunda por cómo se ha idiotizado, estupidizado a nuestro pobre pueblo.
En una sostenida campaña de décadas en donde se ha ido desbaratando y anulando el ser nacional, se ha logrado lavarle la mente a nuestro pueblo más sensible. Se lo llevó a los límites de la ignorancia, se lo manipuló con infinidad de estímulos que le hicieron perder la noción más básica de su misión trascendente, lo convencieron de que lo malo es bueno y lo bueno es malo, desataron sus bajas pasiones y le alimentaron sus vicios para que como autómatas respondieran, ante la más insignificante señal, a sus objetivos perversos.
Fueron permeables al odio que había quedado en el olvido y reabriendo las viejas heridas cerradas, se sometieron sin resistirse a la maldad de aquellos que habiendo sido derrotados por las reservas morales de la nación, volvieron como rapiñas a vengarse por el polvo que debieron comer en su caída.
El que ingenuamente fuera tratando de encontrar una señal que fuera objetiva y despojada al menos con elegancia de su sucia actitud relajada de chupamedias, experimenté otra terrible sensación de rechazo y bronca ante esta parodia de prensa independiente que no es más que un hato de sanguijuelas. Nada podemos pretender de canales oficiales como C5N, 26, la Televisión Pública, o Encuentro, pero soportar a TN y los canales adheridos, la mentira de su falso enfrentamiento con el gobierno, es una verdadera burla a nuestra inteligencia. Nunca más falaz el pretender convencernos que Clarín o Nación son enemigos, cuando son socios del delito, simples cachafaces que buscan un objetivo común por métodos a veces disímiles.
No existe un solo diario o pasquín que no se rebajó como la más baja de las cortesanas a volcar toda una gama inacabable de loas, alabanzas y vítores al tirano caído. Fue una verdadera orgía de imágenes en donde cada canal o medio escrito se desvivía por ser más elocuente en su desesperación por elogiar al “genio”, al “estadista”, al más grande desde Perón. Un verdadero bacanal de fanáticos que competían por ser los más kirchneristas.
Y la última de las sensaciones, la que me acompaña desde hace muchos años, es la de una congoja inmensa por el futuro de nuestra querida patria en manos de estos palurdos. Sin reservas morales y espirituales, sin una conducción lúcida y nacional, sin FFAA, con una juventud modelo de banalidad e irresponsabilidad, viciada por el hedonismo, que sólo le importa lograr todo en poco tiempo, sin compromiso alguno con la esencia y fundamentos de nuestra estirpe y nuestras raíces hispano católicas, con una dirigencia gremial mafiosa que ha desbaratado todo lo bueno que alguna vez generó, cuando fue fiel a sus principios y se constituyó en el único movimiento obrero organizado del mundo que no era marxista, con cárteles de la droga que están diezmando en el vicio y la dependencia a nuestras futuras generaciones, con una guerrilla en ciernes que se viene preparando con instructores chavistas para dar el golpe en el momento más propicio, con potencias extranjeras que se relamen por adueñarse de nuestro territorio vilmente entregado por los cipayos traidores, con pastores que han claudicado en su misión santa de guiar a las ovejas al redil de la salvación y nos han abandonado a los lobos rapaces que lentamente van desmembrando el cuerpo místico de Cristo.
La muerte de este canalla sólo ha servido como paliativo, como un pequeño descanso ante su perfidia e impía maldad. Hemos quitado un enorme peso de nuestras espaldas, pero el futuro se presenta sumamente oscuro. Dios nos ha ayudado dándonos un desahogo por el que tanto suplicamos muchos de nosotros.
La gran incógnita es ¿Qué haremos ahora nosotros para ayudar a Dios a salvar nuestra Patria?
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