martes, 9 de noviembre de 2010

Cristina Kirchner y el modelo que no es modelo.

La madre del borrego

Pese a la retórica pegajosa de “modelo productivo” y agregar valor a los productos primarios, el país sigue ordeñando alegremente las fornidas ubres de su portentosa riqueza agraria, arrastrada por la locomotora de la soja, cuyo precio en el mundo sigue sin parar. ¿Mañana? Mañana será otro día.

Por Pepe Eliaschev


Fue una frase endiablada, pero una vez pronunciada, ya no tenía marcha atrás. El autor fue el ministro de Economía, Amado Boudou, un marplatense de 47 años, que tras militar en su juventud en las filas de la agrupación estudiantil de la ultraliberal Ucedé, cursó un “máster” en la cuna del neoliberalismo porteño, la universidad del Cema.

Boudou aseguró esta semana que “hoy la inflación no está siendo un tema en grandes porciones de la población argentina”.

En seguida, lo pensó una vez más y para mejorar su giro, se empantanó del todo: el aumento de los precios “tal vez le preocupe a algunos integrantes de la clase media-alta”, especuló.

La señal era clara: para el pueblo no hay inflación. E incluso para la burguesía (la clase media-alta) no es que se hayan detectado aumentos, sino que “tal vez le preocupe”, barruntó.

¿Come milanesas la “clase media-alta” de Boudou, pero no las come el pueblo argentino? En enero de este año, un kilo de carne para “milanga” costaba 23 pesos, pero diez meses más tarde la vendían en la carnicería. a 40 pesos, o sea, un 74% más que en enero.

En las consultoras más seducidas por el Gobierno o que han preferido mantener los vínculos más contablemente enternecedores con la Casa Rosada, nadie baja de una medición del 23 por ciento para la inflación, pero es evidente que para los ideólogos de la canasta oficial la milanesa reemplaza al caviar con champagne francés.

Hay consenso en que el precio de los alimentos se ha incrementado este año en no menos del 30%.

La famosa comida, aquello que durante la guerra contra los productores agropecuarios generó la frase “con los alimentos no se jode”, es nada menos que lo central en la supervivencia de la gente, especialmente en quienes viven de sus ingresos fijos o eventuales.

Pero, Boudou (cuya adscripción al kirchnerismo integral data de hace muy pocos años), postula que “la inflación que tenemos es la que publica el Indec”.

El problema es que el Instituto Nacional de Estadística y Censos jura con cara de piedra que en los primeros nueve meses de 2010 el costo de la vida solamente aumentó en un 8,3 por ciento.

Las investigaciones mas frías registran que el precio de los alimentos básicos subió más del 40 por ciento en el último año, una realidad que supera con creces la inflación promedio.

Pero como los sectores de menos ingresos asignan la porción mayor de sus ingresos a comprar comida, el aumento en alimentos castiga más que a los sectores más acomodados.

En el recién concluido octubre el promedio de incremento de los alimentos básicos anduvo en el 4,5 por ciento, traccionado fuertemente por el aumento de la carne.

De acuerdo a Economía y Regiones (E&R), una encuestadora privada, la Canasta Básica Alimentaria acumuló en relación a octubre de 2009 un aumento de casi el 48 por ciento, lo que sobrepasa notablemente la inflación anual de la Argentina, cuya performance, ante el desmadre de la credibilidad del Indec es calculada en un mínimo de 23 y un máximo de 30 por ciento.

Para la Liga de Acción del Consumidor (Adelco), en los artículos de marcas principales, en los últimos 12 meses, el aumento fue del 52,32 por ciento y los de marcas secundarias crecieron en casi el 51%. La clásica Fundación de Investigaciones Económicas Latinoamericanas (Fiel) captó un aumento del 4% en la canasta básica de indigencia de octubre. Para los indigentes de este país los precios aumentaron punta a punta a punta de octubre de 2009 a 2010 en casi el 40%.

¿De qué habla Boudou?

¿Desde qué curioso peronismo el ministro Boudou balbucea que la inflación en la Argentina es un problema para los ricos? Ha subido fuertemente el precio de la carne vacuna, pero también el de frutas, verduras, lácteos, bebidas, panificados, fiambres y embutidos.

El propio Indec gubernamental admite que, en promedio, los hogares argentinos destinan el 38% de sus ingresos a comprar comida, aunque para las familias más modestas, los alimentos se llevan el 45 por ciento de lo que ganan.

Como bien explica el periodista especializado Ismael Bermúdez “cuando mayor es la inflación en los alimentos, mayor es el impacto sobre los sectores de ingresos fijos y más pobres”.

El precio de la carne vacuna galopa a un ritmo del 114% anual.

El criollo asado de ternera “en góndola” subió el 104% (pasó de $ 14,90 por kg en octubre de 2009 a $ 30,35 en octubre de este año.

La inflación no amainará, pero en lugar de admitirla, el Gobierno patea la pelota para adelante.

Desde los rudimentos de su no muy remoto neoliberalismo, ahora salpimentado con nacionalismo popular de apuro, Boudou explica que el costo de la vida crecerá menos cuando aumente la producción.

El pretende explicar que la inflación se debe a los cuellos de botella generados por una demanda muy recalentada y una oferta restringida. Pero es el mismo Gobierno quien postula como dogma religioso el estímulo desmesurado al consumo.

Sabe que poner plata en el bolsillo de la gente mejora el nivel de vida, pero finge ignorar que la inflación tiene vida y ciclo propios y que el costo de vida creciente agrede a millones de argentinos a los que no representan los sindicatos de la CGT y a los que no se les aumenta el estipendio en paritarias.

El Indec oficial reconoce que en septiembre la Argentina produjo 29% menos carne que en el mismo mes de 2009. Hasta el 30 de septiembre, se había producido en este país casi un 20% menos de carne que en el mismo período de 2009. Ya que se habla de carne, ésa es la madre del borrego en un país donde nada de lo que parece ser lo es y nada de lo que es, parece serlo.

Estas operaciones y estos enmascaramientos siguen costándole muy barato a un gobierno bendecido por una conjunción internacional mágicamente ideal para la Argentina.

Pese a la retórica pegajosa de “modelo productivo” y agregar valor a los productos primarios, el país sigue ordeñando alegremente las fornidas ubres de su portentosa riqueza agraria, arrastrada por la locomotora de la soja, cuyo precio en el mundo sigue sin parar. ¿Mañana? Mañana será otro día.

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