jueves, 4 de noviembre de 2010

Inmigracion e izquierdas.

La legitimidad de la inmigración
Es paradójico en estos tiempos que sea el socialismo quien defienda la causa de los inmigrantes. Es notable como estandartes que poco tienen que ver con el despliegue de sus políticas prácticas han sido usurpadas sin fundamento argumental por las izquierdas.
Por Alberto Medina Méndez

Los países socialistas, esos que se declaran abiertamente de ese modo, los que predican ser el nuevo socialismo, e incluso aquellos que siéndolo prefieren usar eufemismos para definirse, ejercen estrategias expulsivas, fronteras cerradas, con severos derechos de admisión, pese a que son pocos los ciudadanos del mundo que intentan mudarse a sus comunidades.
De hecho, son más los que emigran de esos países colectivistas, en algunos casos huyendo de modo clandestino, para traspasar las fronteras y escaparse de sus naciones de origen, arriesgando hasta sus vidas y dejando atrás el poco patrimonio que pudieran haber obtenido legítimamente. El secuestro de hecho que significa el impedir a un ciudadano atravesar los límites nacionales, es una evidente violación a los derechos individuales que encuentra justificación en el socialismo con una lista importante de argumentos no menos retorcidos que pretenden amparar semejantes decisiones violatorias del más elemental derecho a circular libremente.
Sin embargo son las mismas izquierdas militantes las que aspiran a defender a los inmigrantes en países de signo ideológico distinto, y también paradójicamente quienes dicen ser defensores de la libertad son los que generan el mayor cúmulo de normas restrictivas al ingreso de extranjeros.
La xenofobia de muchas naciones, la exacerbación de un nacionalismo mal entendido, el rechazo al diferente, explica en buena medida como el ser humano sigue perdiendo el sentido de la libertad, el respeto y la tolerancia. Dice creer en ello pero solo lo recita, no lo ejerce de modo inconfundible.
Aun muchos no comprendieron que son precisamente los inmigrantes, los que hicieron grandes potencias a muchos países. Tantas naciones importantes en el concierto mundial hoy no lo serían sin aquellos inmigrantes que posibilitaron una dinámica más proactiva, nuevas energías, iniciativa e impulso genuinos.
Todavía no se comprendió que el inmigrante hace una elección difícil, apuesta al desarraigo de su origen, huye de situaciones débiles, de la pobreza, cuando no de la violencia y de la perdida de libertades básicas. Se escapa de la ausencia de posibilidades, cuando ve amenazada su supervivencia, su integridad física y su paz, para buscar en otro país, con diferentes costumbres e idiomas a veces, una oportunidad de construir una familia en serio, de proyectarse con otras expectativas.
El inmigrante busca esas oportunidades mejores para si, y para los suyos, y en ese camino de tristezas, nostalgias y recuerdos, dejando atrás buena parte de su historia y tradiciones, hace lo que no haría siquiera en su tierra, para prosperar, para progresar. En ese cambio, está dispuesto a pagar muchos precios, porque sabe que su decisión tiene costos, que no son precisamente económicos, sino centralmente emotivos.
En su nuevo destino tendrá que trabajar duro, ganarse un lugar, buscar respeto y dignidad, competir contra los prejuicios locales, las miradas negativas, y el desprecio colectivo. Tendrá que ejercer actividades no elegidas, aquellas que muchas veces los nativos no quieren asumir, dejando de lado esas tareas a los foráneos.
Las historias son muchas, llenas de tristezas, de angustias, de problemas, pero también de satisfacciones, de nuevas oportunidades con hijos de la nueva tierra, con la mezcla enriquecedora de costumbres y tradiciones.
Los procesos inmigratorios le han hecho mucho bien al mundo, un planeta que necesita fronteras abiertas y no muros, leyes inclusivas y no expulsivas, condiciones para el desarrollo de todos, y no ghettos para encerrar a unos, para separar a los propios de los extraños. El globo necesita seguir integrándose. Los países que fueron ejemplo en otros tiempos tienen muchos éxitos que contar a su favor. Las historias del planeta están plagadas de buenas experiencias.
Y no es que se trate de procesos fáciles, simples, sin traumas. Implican dificultades, contratiempos, adaptación activa de unos y otros, los que llegan con todo lo que tienen que pasar, y los que están, para aprender a tomar lo positivo de lo que traen los inmigrantes a la nueva tierra.
Las leyes contra la inmigración, los muros propuestos, los escritos y los físicos, los que provienen de leyes y los otros, los culturales, esos que promueven el odio, la revancha, el desprecio, no pueden llevarnos a nada nuevo ni bueno. La especie humana es una sola. En este planeta convivimos todos, con nuestras propias historias, nacionalidades, hábitos y tradiciones. El territorio universal no nos pertenece como tal, y las fronteras nacionales son una mera convención.
La libre circulación de los seres humanos es un derecho que excede a las normas escritas. Algunos países lo entendieron hace mucho y fueron capaces de plasmarlo no solo en sus constituciones, sino en el ejercicio cotidiano de su ciudadanía, proponiendo inclusión y no expulsión. Otros evidentemente prefieren seguir alambrando las fronteras para defender quien sabe que. No entendieron casi nada. No comprendieron la relevancia de respetar un derecho tan elemental como el de elegir en qué lugar del planeta quiere vivir cada ser humano, adaptándose a lo que encuentra. No entendieron tampoco el sacrificio del inmigrante, lo que está dispuesto a dar, lo mucho que tiene para sumar con sus convicciones y lo que ha dejado de su fuero mas intimo para intentarlo, sin certezas, pero con oportunidades.
Y a no equivocarse, el concepto de inmigración no tiene que ver con el tipo de países sobre los que podamos opinar. Aun hoy, algunos xenófobos crónicos intentan avalar este tipo de políticas en algunas naciones y reprochárselas a otras. Algunos más audaces hasta pretenden tipificar a los inmigrantes y clasificarlos según su origen, recursos y talentos. Ni hablar de los ambiguos de siempre, esos que sesgan sus opiniones según el régimen político que implementa las decisiones en materia de inmigración.
El socialismo se apropió en el mundo de una bandera que muestra una más de sus tantas y elocuentes contradicciones cotidianas. Los declarados defensores de la libertad tienen un desafío mayor por delante. Repasar algunas lecciones, comprender el fondo de la cuestión, y dejar de relativizar derechos individuales esenciales, como este, justamente uno de los más elementales, el de elegir el lugar donde deseamos desarrollarnos como seres humanos para garantizar la legitimidad de la inmigración.

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